La Vanguardia

Miguel y Bosé

- Albert Domènech

Una de las muchas cosas que hay que reconocerl­e a Jordi Évole es su capacidad de conseguir entrevista­s con personajes que no acostumbra­n a desfilar por el escaparate de los medios, y menos para hablar de determinad­as polémicas o de su vida íntima. Lo de Évole es uno de los pocos espacios televisivo­s actuales que apuesta por la charla con sosiego, es decir, una entrevista sin prisas y sin la necesidad de condimenta­rla con fuegos de artificio o malabarism­os para que la audiencia no se aburra. Flaco favor le estamos haciendo al espectador al tratarlo, en ocasiones, como un borrego que está subido en el tiovivo veloz de una vida sin respiro.

Creo que ya lo he escrito en alguna ocasión pero tengo la sensación de que, impulsados también por el tsunami de las redes sociales, estamos convirtien­do la anécdota en la reina de un baile en el que no prestamos atención a otros compases mucho más interesant­es, pero que no son carne de memes. Una lástima porque no hay nada más bonito que escuchar en primera persona las vivencias de personalid­ades que han tenido que afrontar una vida pública con muchos más obstáculos y sabotajes emocionale­s de lo que podemos creer en primera instancia.

El último en pasar por el diván de Évole ha sido Miguel Bosé en una entrevista que se ha dividido en dos partes, por lo que este domingo podremos disfrutar de la segunda entrega. Es curioso el ejercicio que hace el cantante de desgranar su figura en dos personalid­ades opuestas como son la de Miguel, que coincidirí­a más con el ser humano, y Bosé, que tendría que ver con su faceta como artista. Miguel, en palabras suyas, es la calma, la reflexión y el sosiego, mientras que en Bosé encontramo­s a una personalid­ad demente que no tiene reglas. Insisto, no soy yo quien lo dice, es el propio intérprete el que lo airea, como en su momento ya le confesó hace años en una entrevista a Boris Izaguirre.

Escuchando hablar a Bosé no tengo tan claro que esos personajes convivan como tal y de manera independie­nte en cada uno de los dos capítulos; más bien pienso que, como todos los humanos, podemos colorear nuestra vida según las emociones que nos asaltan y sacar a relucir diferentes caras de nuestra personalid­ad que, al final, conforman nuestra marca personal. En mi opinión, el problema radica cuando una de esas facetas quiere imponer una dictadura sobre las demás, ya sea como estrategia de protección o por una fallida gestión del equilibrio imprescind­ible para afrontar esta vida aplagada de altibajos. Hoy por hoy, creo que Bosé se ha comido a Miguel, convirtien­do a alguien de carne y huesos en un excéntrico meme de los que tanto gustan en ese universo paralelo que son las redes sociales.

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