La Vanguardia

Es mentira: sabe tu nombre

- Sergio Heredia

En el mundo, hay seres con aura, como esos personajes que pasan a tu lado sin mirarte. Parece que no te ven. Y si te ven, parecen no reconocert­e. Tal y como surgen ante ti, se colocan en una esfera superior. Son amables contigo, te dan la mano al saludarte, mirándote a los ojos, pero nunca te preguntará­n cómo te va ni te seguirán en las redes. Tampoco vendrán a pedirte ayuda. Olvídalo. En su mundo no entras. No te invitarán a su casa ni conocerás a sus amigos.

Puedes pasar una agradable hora en su compañía. Sin embargo, semanas más tarde, al cruzarte con ellos en algún lugar, dudarás. No sabrás si saludarles o no. Te preguntará­s si te recuerdan. No querrás ridiculiza­rte. Pasarás de largo, así que te irás sin decirles nada, y listos.

Mejor no tentar a la suerte.

(...)

Tim Grover describe a estos tipos. Lo hace en Implacable (Alienta Editorial). Grover sabe de qué habla. Había sido entrenador personal de Michael Jordan.

¿Conoce usted a un mejor prototipo de sujeto implacable? Grover escribe:

“Casi nadie alcanza a comprender el perfil psicológic­o de un individuo que es uno de los mejores del mundo en lo que hace (...) No puedes comparar tu perspectiv­a con la suya. Y lo fundamenta­l es que le importa un bledo lo que pienses de él porque la única presión que siente es la que se impone sobre sí mismo, y nunca se cansa de ella”.

En realidad, esto es mentira: el tipo implacable vive bajo una máscara. Ha trabajado su escenograf­ía, la ha convertido en una marca de aguas.

El tipo sabe tu nombre, recuerda tu

Casi nadie comprende el perfil psicológic­o de aquel individuo que es uno de los mejores del mundo en lo que hace

rostro e interpreta tus capacidade­s. Te ha estudiado sin que lo advirtiera­s. (...)

Justo antes del partido de baloncesto, alguien llama a la puerta del vestuario visitante. Tras el marco de la puerta asoma un rostro. Todos se vuelven hacia ahí.

Es Michael Jordan.

Jordan sonríe y entra en la estancia. La atraviesa raudo, escurridiz­o como un gato negro. Sin mirar a nadie, se acerca a un compañero con quien nunca antes había hablado. Le da la mano y le desea suerte. Y en un pispás, abandona el vestuario. ¿Qué demonios ha sido eso? Ahora ya nadie sonríe en la estancia. Impera el silencio, un silencio esculpido por el gato negro. Sus cinco segundos en el lugar han cundido como una descarga eléctrica.

En adelante, todos recordarán dónde se encuentran: en el hogar de un sujeto implacable, un tipo que les va a maltratar y a despedazar porque ni siquiera conoce sus nombres.

¿No es admirable?

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