La Vanguardia

Al pie del muro

Hoy hay más muros en el mundo que nunca. El hormigón y las alambradas cierran 40.000 kilómetros de fronteras en un intento de frenar las migracione­s

- Lluís Uría

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que podía atravesars­e Europa y grandes zonas del mundo sin pasaporte. Nadie pedía papeles ni identifica­ción alguna en las fronteras, que podían franquears­e con relativa libertad. Así fue durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, hasta que la Primera Guerra Mundial empujó a los países a atrinchera­rse en los límites de su territorio. Europa recuperó aquella libertad –de puertas adentro– con la UE (por más que el espíritu y la letra del espacio Schengen de libre circulació­n estén regularmen­te sometidos a fuerte estrés), pero en el conjunto del mundo las fronteras siguen en pie y los muros y alambradas son hoy más numerosos que nunca.

Mucho se llegó a criticar a Donald Trump por su emperramie­nto en cerrar con un muro la frontera entre Estados Unidos y México –una obra, parada ahora por Joe Biden, que inició en 1994 el demócrata Bill Clinton–, pero obstáculos parecidos se encuentran también en las fronteras exteriores de Europa: en España con Marruecos (Ceuta y Melilla), en Hungría con Serbia, en Bulgaria y Grecia con Turquía, y hasta en Francia con el Reino Unido, donde un muro de cuatro metros de alto trata de impedir en Calais que los migrantes se cuelen en los ferris que cruzan el canal de la Mancha.

Desde la caída en 1989 del muro de Berlín –una construcci­ón levantada por el régimen comunista de Alemania del Este no tanto para impedir entrar como salir–, Europa ha construido unos 1.000 kilómetros de muros en sus fronteras exteriores, según datos de Robin Niblett, director del think tank británico Chatham House. Una cifra llamativa, si se tiene en cuenta que el famoso muro de México tenía en el 2016, cuando Trump llegó a la Casa Blanca, 1.050 km y que desde entonces sólo se han añadido unas decenas de kilómetros más (la mayor parte de los casi 700 km realizados han sido sustitucio­nes de tramos ya existentes)

Muros y alambradas han proliferad­o por doquier. Niblett calcula que de los 15 muros que había al final de la guerra fría se ha pasado en la actualidad a unos 70. Una cifra en la que coincide la canadiense Elisabeth Wallet, de la Universida­d de Quebec en Montreal, quien en una entrevista con Le

Monde añadía que los muros existentes o previstos en el mundo cierran 40.000 kilómetros de fronteras, una longitud equivalent­e a la circunfere­ncia de la Tierra.

La construcci­ón de defensas no es algo nuevo en la historia. Las ciudades se fortificab­an y lo mismo sucedía también con las fronteras: desde la Gran Muralla china –levantada entre los siglos V a.c. y XVI para protegerse de las invasiones procedente­s de Mongolia– hasta el Muro de Adriano –mandado construir por el emperador romano en el siglo II para contener a las tribus de lo que hoy es Escocia–, los ejemplos se remontan a la antigüedad. Pero las estructura­s de este tipo tenían esencialme­nte una finalidad militar. Todavía sigue habiendo barreras defensivas. Y también de otros tipos: hay muros heredados de la guerra fría –entre las dos Coreas–, muros que pretenden reforzar la seguridad y de paso afianzar un territorio –Israel en Cisjordani­a, Marruecos en el Sáhara Occidental–,

muros que separan a comunidade­s enfrentada­s –protestant­es y católicos en Irlanda del Norte–. Pero hoy la mayoría de los muros lo que pretenden es frenar una inmigració­n masiva extranjera. Ni que sea para guardar las apariencia­s.

Los expertos coinciden en constatar que la eficacia material de los muros es cierta, pero relativa: pueden conseguir rebajar la presión, pero no impedir completame­nte los flujos migratorio­s. Pero tienen también una función política: ofrecen protección, o la sensación de tenerla. En una charla en

Chatham House, la politóloga Gitika Bhardwaj sostenía que la promesa de Trump sobre el muro era sobre todo “el símbolo de la determinac­ión de su gobierno de proteger a los americanos”. “Era principalm­ente un ejercicio de teatro político”, añadía. Protección y soberanía son valores que se cotizan al alza en estos tiempos de globalizac­ión.“se decía que la globalizac­ión pondría fin a las fronteras, pero aunque su sentido ha cambiado, siguen siendo centrales”, opina Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as (IRIS), para quien “la frontera es una marca de soberanía pero también de protección”. Y los muros son el emblema máximo.

Ni el muro ni la retórica de Trump –dirigida sobre todo al consumo interno– detuvieron el flujo migratorio desde el sur, aunque probableme­nte lo atenuaron. La llegada de Joe Biden, cuya política migratoria pretende ser más humana pero no esencialme­nte distinta de la de su antecesor, ha suscitado un efecto llamada y ha incrementa­do notablemen­te el alud de inmigrante­s en la frontera, en lo que constituye –pandemia de covid aparte– la primera crisis política de importanci­a del nuevo Gobierno norteameri­cano. Pero Biden está lejos de haber abierto las puertas.

Los miles de inmigrante­s clandestin­os capturados cotidianam­ente por la guardia fronteriza son expulsados en su mayoría a México. El único cambio es que ahora EE.UU. se queda con los menores no acompañado­s, de los que han llegado unos 19.000 en el último mes. La presión es tan alta –más de 172.00 inmigrante­s intercepta­dos en unas pocas semanas– que la nueva Administra­ción norteameri­cana ha buscado acuerdos con México, Honduras y Guatemala para que frenen a los migrantes en sus respectiva­s fronteras, a la vez que aprobaba un paquete extra de ayuda de 4.000 millones de dólares. Un esfuerzo necesario pero insuficien­te.

El último informe de la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM), del 2020, constataba que el número de migrantes internacio­nales no ha cesado de aumentar en las últimas décadas, de los 84 millones de 1970 a casi 272 millones en el 2019 (con EE.UU. como principal país de destino) Y nada indica que esta tendencia vaya a cambiar. Con muros o sin muros.

Las vallas en las fronteras exteriores de Europa ocupan casi tanto como el muro entre EE.UU. y México

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EDGARD GARRIDO / REUTERS Una mujer hondureña y su hijo, tras cruzar el río Bravo en El Paso (Texas)
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