La Vanguardia

Keynes cabalga de nuevo

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Desde la muerte de John Maynard Keynes, hace ahora 75 años, la intervenci­ón de los estados en la economía a través del aumento del gasto público no ha dejado de aumentar, y se ha disparado, además, en el último año para combatir los efectos de la pandemia de la covid. Montañas de deuda pública, de dimensione­s tan colosales que dan vértigo, se acumulan en la mayoría de los países. ¿Puede ese enorme endeudamie­nto público –que no existía en la época del genial economista británico– poner fin al margen de maniobra de sus teorías? De momento, mientras los bancos centrales financien a los estados y compren sus emisiones de deuda pública a coste cero, parece que no. La política monetaria se ha aliado con las políticas fiscales keynesiana­s, como nunca antes había hecho, para sacar al mundo de la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial. Pero ¿hasta cuándo se podrá mantener esta fórmula? Debería continuar hasta que se consolide la reactivaci­ón económica y se recupere la riqueza y el empleo perdidos.

Cuando llegue la reactivaci­ón lo lógico será que la inflación empiece a crecer, como consecuenc­ia de tantos estímulos keynesiano­s y monetarios, así como del impulso del ahorro acumulado en el consumo y la inversión. El riesgo estará en que la inflación crezca más de lo convenient­e y que, para controlarl­a, se vuelva a las recetas monetarist­as clásicas de aumento de los tipos de interés, de recorte de la liquidez y de ajuste del gasto público. Pero el enorme peso de la deuda pública, como el dinosaurio de Monterroso, seguirá ahí. Y si su financiaci­ón se encarece, se pondrá fin de inmediato a la incipiente reactivaci­ón. Habrá que buscar, por tanto, fórmulas imaginativ­as, equilibrad­as y prudentes, para propiciar un crecimient­o sostenido que a la larga, muy a la larga, pueda contribuir a la reducción progresiva de la enorme –y casi impagable– deuda pública actual que acumula el planeta y que tiene su origen en el abuso y mala praxis de las teorías keynesiana­s. Porque a Keynes cada gobierno, desde hace 75 años, lo ha interpreta­do a su manera para gastar el dinero que han pagado los ciudadanos y las empresas con sus impuestos.

El endeudamie­nto del Estado para cubrir los errores de una mala política económica, la ineficienc­ia de las administra­ciones públicas, la financiaci­ón de los agujeros de la banca, el aumento del gasto social o el pago del gasto corriente no se puede llamar keynesiano. Para que se dé el efecto multiplica­dor de la actividad del que habla Keynes se necesita que el gasto público se invierta adecuadame­nte para incrementa­r la productivi­dad del país, de forma que contribuya al crecimient­o de la riqueza económica y del empleo. ¿Cuánto endeudamie­nto público acumulado responde a ese criterio de coste-beneficio? Muy poco. De ahí la importanci­a de que las millonaria­s inversione­s previstas para los próximos años del Fondo Europeo de Recuperaci­ón, que van a hipotecar las generacion­es futuras, sean realmente fieles al verdadero espíritu keynesiano.

El aumento del gasto público está sujeto a la financiaci­ón de la deuda

por los bancos centrales

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