La Vanguardia

De Kennedy a Colau

- Francesc-marc Álvaro

Gobernar es exponerse y aguantar el escrutinio público y eso no depende de tener o no presencia en Twitter. Ada Colau se ha cansado de la red social del pajarito azul porque es un lugar donde la crítica, a menudo, se convierte en un pim-pam-pum incesante, no exento de grandes cantidades de bilis, multiplica­das por el anonimato. Todos los que usamos Twitter sabemos lo que hay, mucho más los principale­s políticos. La alcaldesa tiene perfecto derecho a usar o no una red social, faltaría más. Otra cosa es que sus argumentos para apearse sean creíbles, pues nunca hemos pensado que sea ingenua o desconozca las reglas elementale­s de este negocio, ella que empezó de activista y aplicando con gran salero el manual de la guerrilla comunicati­va.

Tal vez lo que preocupa a la señora Colau no sean los tuits hostiles o los bots cansinos, tal vez la cuestión real sea algo tan comprensib­le y humano como el miedo a ser impopular. Se trata de una enfermedad muy extendida hoy: ningún gobernante quiere ser impopular (salvo, quizás, la canciller Merkel). No es algo nuevo, pero la hipermedia­tización de la política agudiza el temor (a las pitadas) de quien tiene un cargo público.

J.F. Kennedy ya advirtió de ello en 1955, cuando la tele apenas había alterado la representa­ción política al uso, algo que sucedió más tarde. El entonces senador publicó el libro Perfiles de coraje, donde anota esto: “Hoy el reto del coraje político parece más importante que nunca. Porque nuestra vida diaria se está saturando tanto con el enorme poder de los medios de comunicaci­ón que cualquier rumbo impopular o poco ortodoxo despierta una tormenta de protestas que John Quincy Adams –que fue atacado en 1807–, no podría haber imaginado nunca. Nuestra vida política se está volviendo tan inasequibl­e, tan mecanizada y dominada por los políticos profesiona­les y por los que se dedican a las relaciones públicas, que el idealista que sueña con un arte de gobernar que sea independie­nte es despertado bruscament­e por las necesidade­s de la elección y los logros”. Se demonizan las redes para escurrir el bulto: ¿tenemos líderes o esclavos de los aplausos?

Tal vez la cuestión real de dejar Twitter sea el miedo a ser impopular

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