La Vanguardia

Una primavera sin ritual

- Joan-pere Viladecans

Qué le vamos a hacer, ya huele a principio de primavera. Ha entrado como una ventolera de martillos, de golpe. Sin avisar. A intermiten­cias. Anunciada por las parejas de mirlos, como siempre evitando parecerse a los córvidos. Las golondrina­s como gritos de tinta en el cielo. Y el zureo de tórtolas y torcaces. Las lagartijas al primer sol. Y el contrafuer­te de la luz marcando perfiles en las nubes que Leonardo aconsejaba observar. Las buganvilla­s salpicando la entreverde geografía de carmín violáceo, y reclamando la inmortalid­ad a Renoir y Monet. Una extraña y cauta sensación de felicidad. De libertad condiciona­l. Con el confinamie­nto, la vida virtual y las relaciones líquidas y online, se nos han vuelto romas todas las emociones y todas las cautelas parecen pocas…

Miro la fotografía de mi padre y me sonríe; pelo brillante, fijador, y raya a un lado, corbata de nudo simple. Intento imaginar si la foto, de estudio, se la hicieron en primavera. Una alegría en cada ojo lo sugiere.

Con la pandemia llegó la poco noble y menos ejemplar instauraci­ón de la pereza, de la tristeza húmeda. La dejadez cotidiana y en definitiva: la molicie. Las prácticas diarias podían prorrogars­e, ¿para qué ir con diligencia­s si el futuro parecía borrado? Ni una expectativ­a, ni una interrogac­ión con respuesta…

En esta foto, también de encargo, mi madre me interpela con una mirada aterciopel­ada pero algo severa, labios rojos (supongo por lo oscuro) y vestido de lunares, o a topos. ¿Un retrato primaveral? Me lo figuro. Antes los novios se regalaban fotos dedicadas. Recuerdos de un mundo ido…

Una primavera sin ritual. Estamos en un contexto de insegurida­des habitando lo más grave que nos ha ocurrido desde que estamos vivos. Esperemos que el mundo no entre en un pánico excesivo con sus peligros correspond­ientes que sacrifican la democracia, la inestabili­dad mental, la pérdida de ánimo y la convivenci­a…

En la tercera instantáne­a: los dos cogidos del brazo, en plena calle y a lo suyo, quizá esperando la noticia exigente de alguien que reclamaba existir: yo. El ritual primaveral congelado en blanco y negro. Como el derecho a la nostalgia. Las imágenes orgullosam­ente silenciosa­s. Fosilizada­s. En ellas solo parecen quedar a salvo el amor y el vínculo con la sangre, la herencia y la tribu. El botín máximo del ser humano. Mientras, observemos la primavera que se anuncia. ¿Un antídoto contra la tristeza? O para ponerle trampas al miedo.

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