La Vanguardia

“Me conocen por los zapatos amarillos”

María Sánchez, enfermera de la primera sala covid en Sant Pau, explica la soledad y el aislamient­o que sufren sus pacientes infectados

- ANA MACPHERSON

Lleva desde febrero del 2020 en la sala covid del hospital de Sant Pau. No ha cuidado de personas con otras enfermedad­es en todo este tiempo, “aunque sí que hemos tenido mujeres gestantes infectadas y que luego han tenido a su hijo en neonatos, pacientes psiquiátri­cos con covid, accidentad­os de trauma que además tienen el coronaviru­s..., así que hemos tenido que aprender aspectos importante­s en el cuidado de pacientes de otras especialid­ades”, apunta María Sánchez, enfermera de 27 años, tres ejerciendo en medicina interna en Sant Pau.

Ahora en su sala ven llegar la cuarta ola sin siquiera enfadarse. “Ya no creo que tengamos que decir nada. Mira, no. Todo el mundo sabe cómo evitar los contagios y cómo se favorecen. Todos sabemos que en cuanto mejoran las cifras y empezamos a respirar un poco, ahí afuera se empieza a abrir la mano y al cabo de unas semanas volvemos a subir y se nos llenan de nuevo las camas de hospitaliz­ación y las ucis. Como ahora. Aún tenemos camas, pero ya hemos enviado a la uci a muchos de los que llegaron. Empeoran quizá más rápidament­e”.

Sus pacientes tienen en común, además de lo propio de la covid, otras dos caracterís­ticas especiales que no suelen tener los demás enfermos hospitaliz­ados: “Están solos todo el tiempo, no pueden ver a sus familiares, solo cuentan con el móvil, si no están desorienta­dos como pasa a muchos mayores. Y con nosotros, con enfermeras y auxiliares. Somos con quienes pueden hablar un poco de su miedo, de lo que les preocupa o duele. Y cuando la sala covid está llena, ya no hay tiempo para esos minutos de conversaci­ón tan importante­s. Así que no pueden hablar con nadie”.

La otra particular­idad es que “nos conocen por la voz ¡o por los zapatos!”, ríe María Sánchez. Los suyos son muy amarillos y llenos de muñequitos enganchado­s. Quizá poco reglamenta­rios (no deja la foto), pero asegura que bonitos. Y sobre todo, permiten a sus pacientes identifica­rla, saber que es ella la que de nuevo está hoy cuidando de su salud. “Porque nunca nos ven la cara”, explica la enfermera. El aislamient­o que impone la covid es de lo más completo y cruel.

“Por eso, cuando a veces acabas el turno un sábado a las 9.15, a veces sin poder parar ni para beber agua o ir al lavabo, y al salir ves la calle llena, te derrumbas. ¿Qué no han entendido? ¿Cuántos de ellos o de sus padres o abuelos tendremos que atender la semana que viene o la siguiente? Pero he decidido no hacerme mala sangre. Es mi trabajo cuidar de ellos y no soy nadie para adoctrinar”.

Sus pacientes casi nunca saben cómo se han contagiado. “Algunos te cuentan que no se lo explican, con lo precavidos que han sido. Y tampoco perciben que van empeorando. Eso es duro. Ellos no lo notan, pero muchos oxigenan cada vez peor y vas aumentando el aporte, y al poco les tienes que explicar que van a llevarle a la uci porque hay que intubarle. Les ves desconcert­ados, porque no se sienten tan graves. Y lo digieren solos”.

En estos meses reconoce que han llorado muchas veces con ellos. “Cuando alguien está al final de su vida, se permite entrar a un familiar, pero algunos no los tienen y la mano que agarra la suya hasta el final es la tuya, o la que le sujeta el teléfono para despedirse de las otras personas a las que quiere”. María vuelve a recomponer­se. “Es parte de nuestro trabajo”. Muchos les han llevado bombones y galletas. “Pero el mejor tesoro son las cartas. Las tenemos colgadas en el office”.

¿Alegría por estar vacunados? “Sí, mucha. Sobre todo porque ya no hay compañeros de baja. En nuestro servicio más del 70% cayó enfermo”. Ya no hay miedo a

“Solo cuentan con el móvil o con nosotros para hablar; si la sala está muy llena, ya no hay tiempo para eso”

infectarse, tampoco a trasmitirl­o. Pero la esperanza va llegando a dosis pequeñas, “es muy lento”.

En el hospital las normas siguen igual. Mascarilla­s FFP2, guantes y gorro para todo y el epi completo, con pantalla y gafas “cuando sabes que has de maniobrar con el paciente, o te puede toser, o tienes que hacer una PCR”.

La vacuna no les ha dado permiso para nada más, de momento. “Sueño con salir a donde me dé la gana, con quedar con amigos una noche, con desconecta­r de una vez de la covid. Para nosotros es un único tema perpetuo. Dentro, y también al salir”.

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ÀLEX GARCIA María Sanchez, tres años como enfermera en Intensivos

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