La memoria municipal
El próximo 14 de abril se colocará una placa en el número seis de la barcelonesa calle Francesc Pérez-cabrero para recordar que allí vivió, también murió, Jaime Gil de Biedma. Ya era hora”, escribía Carme Riera el pasado domingo en las páginas de este diario. Me hubiese gustado poder asistir a aquel acto pero una visita al médico me lo impidió. Guardo un muy buen recuerdo del poeta Jaime Gil de Biedma, al que yo llamaba “el último de nuestros clásicos”, y de las noches que pasé en su pisito de la calle Pérez-cabrero en compañía de su gran amigo Juan Marsé. Nos cuenta Carme Riera en su artículo, que “hace ya muchos años, a finales de los noventa, me entrevisté con el alcalde Clos para pedirle que Barcelona, como ocurría en las grandes ciudades europeas, recordara con una placa el lugar donde habían vivido quienes habían contribuido a prestigiar la ciudad, fueran o no catalanes”. La escritora mallorquina nos dice que el alcalde le hizo caso y encargó a Ferran Mascarell, entonces concejal de Cultura, la creación de una Comissió de la Memòria de la que formaron parte, entre otros, Josep Maria Huertas y Daniel Giralt Miracle, amén de la propia Carme Riera. “Nuestra misión”, escribe, “consistía en hacer propuestas.”
Yo no formé parte de ninguna Comissió de la Memòria, pero sí me moví –escribiendo en los papeles, que es mi oficio– para que se colocase una placa en tal número de tal calle donde vivió, y a veces murió, alguno de aquellos personajes que “habían contribuido a prestigiar la ciudad, fueran o no catalanes”.
Y tuve algunas alegrías y también algún que otro fracaso. Como en el caso de Javier Tomeo. El 22 de julio del 2013, a la edad de ochenta años, fallecía Javier Tomeo en el hospital del Sagrat Cor de Barcelona. Tomeo, el escritor oscense Javier Tomeo, fue mi amigo y mi vecino. Durante un montón de años vivió en el Eixample barcelonés, concretamente en la calle Roger de Flor, en el número 231. En varias ocasiones he pedido que se coloque una placa en el 231 de la calle Roger de Flor, pero la gente de nuestro Ayuntamiento no me hace ni puto caso. Y mira que Tomeo se la merece esa placa. Ni que fuese por la hazaña que protagonizó en París. El “comediógrafo” Javier Tomeo consiguió lo que Fernando Arrabal o el mismísimo Federico García Lorca jamás lograron en la capital de Francia: tres obras suyas se estrenaron con pocos días de diferencia en tres de los principales teatros de la capital: la Comédie Française, el Ódeon y La Colline. Toma castaña.
Dice Carme Riera en su artículo del pasado domingo que entre los personajes que, gracias a ella y al resto de los miembros de la Comissió de la Memòria municipal, se hicieron con una placa en sus viviendas figura Maurici Serrahima. Pues mira que bien. Maurici Serrahima me es familiar desde mi infancia, desde que regresé con mis padres de Francia en los años cuarenta, y le tengo por una figura de primera magnitud en lo que respecta a la memoria de esta ciudad, Barcelona, y de sus gentes, de toda una época, la época que le tocó vivir a Maurici y que, en parte, compartí con él, muy cerca de él. Él vivía en Sarrià, en la calle Caponata, y nosotros, mis padres y un servidor, en la plaza de la Bonanova, y no había semana en que Maurici, su mujer y a veces su hijo Lluís no nos visitasen.
Si en la calle Caponata han colocado una placa en la vivienda de Maurici Serrahima, se me ocurre pensar que no estaría mal que colocasen otra en donde vivió y murió uno de los personajes que el propio Serrahima señaló entre sus maestros. El personaje era un escritor como el propio Serrahima y, según afirma Domènec Guansé, “fou el més popular, un dels pocs escriptors que la gent coneixia en veure’l travessar la Rambla, un dels pocs literats del qual es comptaven anècdotes o xafarderies”. Era comediógrafo, novelista, memorialista, articulista, pero sobre todo era, se consideraba un poeta: “…un poeta popular, popular com únicament ho havien estat, abans, Verdaguer i Guimerà”, como escribió el valenciano Joan Fuster. Y el gran Josep Pla, hablando de él, dijo: “…és un dels escriptors més endinsats a l’entranya viva del nostre país. Llegir una ratlla d’ell és com posar-se un corn de mar a l’orella: la seva ressonància és profunda i dilatada, i us sembla sentir-hi la bonior de la vida del nostre país”.
¿Han dado con él, ya saben quién es? ¿No? Les daré un par o tres de pistas más. La primera es una carta del abad Escarré a la viuda del poeta en la que este le dice que su marido “es el cantor més gran que ha tingut el nostre Montserrat”. La segunda son unos versos muy emotivos que el mismo poeta recitó a través de los altavoces el día que se inauguró el Camp Nou del Futbol Club Barcelona. Y la tercera es la lectura que el poeta realizó en el Palau de la Música de su celebérrimo poema sobre la Navidad. El público, dicen, abarrotó el local, de modo que al día siguiente el poeta tuvo que repetir la lectura para complacer a una muchedumbre que se había quedado en la calle.
Pues sí, acertó usted, amigo lector. El poeta es mi padre: Josep Maria de Sagarra i de Castellarnau, articulista que fue de este diario hasta unos meses antes de su muerte, ocurrida en Barcelona el año 1961, el próximo 27 de septiembre hará sesenta años. Pues bien, el poeta no tiene ninguna placa en el número 1 del paseo Sant Gervasi, en la esquina misma de la plaza de la Bonanova, donde tradujo a Shakespeare y al Dante, escribió sus Memòries, y un puñado de obras de teatro. Esa es la tercera vez que pido una placa para la que fue la última morada de mi padre, donde este murió. Dicen que a la tercera va la vencida. Ojalá me oigan los señores/as de nuestro Ayuntamiento.
Javier Tomeo logró que tres obras suyas se estrenaran con días de diferencia en tres teatros principales de París