El trópico utópico de Carlos Sadness
Unos 1.800 seguidores arropan en el Sant Jordi Club el estreno de ‘Tropical Jesus’ dentro del festival Guitarbcn21
Tras un rocambolesco baile de fechas y recintos, por fin pudo Carlos Sadness estrenar en directo su nuevo disco Tropical Jesus. Fue en el Sant Jordi Club y en dos pases, con una asistencia total de 1.780 seguidores, lejos de los 3.000 que pretendía reunir en su abortada presentación en el Palau Sant Jordi. La maldita pandemia sigue imponiendo sus reglas, así que sentados y a una prudente distancia se pudo degustar del pop luminoso, con abundantes guiños al trópico, al que hace referencia el título del álbum.
Aunque el cantante, compositor e ilustrador barcelonés Carlos Alberto Sánchez Uriol domina también las canciones a la manera de caricias, en las que el amor y el desamor son el eje fundamental, como es el caso de la explícita Me desamaste, interpretada en los primeros compases de un concierto que se inició con la evanescente Ciclo lunar, a la que siguió un Hale bopp –rescatada de su anterior disco Diferentes tipos de luz– mucho más épico. No en vano en su solvente banda destaca el guitarrista Jordi Bastida, que también toca con Els Pets, Trau o Ramon Mirabet.
Con una pantalla en la que se sucedían las proyecciones, y el protagonista recurriendo de manera asidua al ukelele, fueron sonando los estrenos. Chocolate y nata incide en un masaje emocional, que habla de polos opuestos que se atraen, con un estribillo para derretirse. No faltó tampoco el acercamiento al pop urbano que supone Todo estaba bien, una de sus canciones más reproducidas en streaming y que cuenta en el disco con la colaboración del colombiano Manuel Medrano. Esta incitación al perreo, que levantó al público de sus asientos, fue el mejor preludio a su gran éxito Isla morenita, un lugar mágico en el que siempre es verano. El optimismo y buen rollo que transmite su música siguió con Ahorita, un guiño a una expresión latina que supone la quintaesencia de lo que antes era conocido como good vibrations y ahora lo es en su vertiente de buenas vibras.
Con su vocecita y el ukelele dio toda la razón de ser a Semitransparente, canción potenciada por los efectos deslizantes de la guitarra en una onda que recuerda las fragancias del paraíso hawaiano. En cambio, Adiós a los dinosaurios se acerca a la cadencia rítmica africana, gracias a unas guitarras chispeantes. Siguió retozando en el edén melódico de Amor papaya, Longitud de onda, con un guiño a su anterior vida artística de rapero, y en la explosión de ritmo que supone Física moderna.
Hacia el final rescató canciones de su segundo álbum, La idea salvaje. Con El día que volviste a la Tierra terminó el concierto y con la balada Días impares iniciaría unos bises que supusieron una despedida a lo grande con Aloha –ayudado de manera virtual por Bomba Estéreo–, la pegadiza Te quiero un poco, que motivó el baile generalizado, y Qué electricidad inundando el recinto de guitarras saltarinas y coros mayestáticos. El trópico utópico de Carlos Sadness se había hecho realidad.
Sentados y a una prudente distancia, se pudo degustar al fin de un pop luminoso con guiños al trópico