La Vanguardia

El Barça regresa al futuro

- Santiago Segurola

Los títulos son los mejores antibiótic­os para las heridas que deja el fútbol, certeza que disfrutará el Barça después de un año de amarguras y decepcione­s. La Copa, tan desdeñada por la obstinació­n del equipo en ganarla durante los últimos años, señala un giro en el recorrido de un club y de un equipo que venía de un escenario catastrófi­co. No hubo final, si de eso trata un partido entre dos. El Barça destrozó al Athletic, que ha convertido en un borroso espejismo su arreón en los primeros días de Marcelino al frente del equipo. Desde 1985, el Athletic ha perdido las seis finales que ha disputado. Ha abonado el terreno para una de esas maldicione­s que invitan a la literatura y a una irremediab­le pesadumbre.

Las previsione­s de una buena o competida final se derrumbaro­n en la primera jugada, una sucesión de pases entre los jugadores del Barça que duró dos minutos, sin que una pierna del Athletic apareciera en escena. Fue una clamorosa declaració­n de intencione­s del equipo bilbaíno. Se refugió en un catenaccio vulgar, sin contemplac­iones, condenando a Williams a la triste condición de Crusoe con botas. Piqué, que regresó para añadir otro título a su nutrido palmarés, no le dejó respirar.

El Barça se enfrentó a tres típicos problemas en esta clase de partidos: el desacierto en los últimos metros, su frustrante efecto y el precio de algún error defensivo. El fútbol y la justicia encajan peor que los demás deportes. Abrumó al Athletic con oportunida­des atronadora­s, tan sencillas de resolver que sólo podía desactivar­las el portero o un misterioso destino. Más lo segundo que lo primero.

Griezmann, tradiciona­l martillo del Athletic desde sus días en la Real Sociedad, tampoco se perdió esa cita. Acudió al remate del gol y marcó en una de las innumerabl­es jugadas que el Barça desplegó para ganar. De superar, someter y desinflar al Athletic se había ocupado desde el comienzo, incluido un temprano remate de Frenkie de Jong al palo. Se escenificó un partido de carril para el equipo de Koeman y por los carriles llegaron los dos primeros goles.

Como tantas veces ocurre en este juego singular, todo lo que resulta arduo, desafortun­ado o inexplicab­le se transforma en fácil, cristalino y obvio en un instante. Al gol de Griezmann le sucedió el de De Jong, y a este el de Messi, que se dio uno de sus viejos banquetes. Marcó el tercero, el cuarto y anunció una histórica masacre del Athletic, que recibió cuatro goles en 12 minutos. O el Barça aflojaba por compasión o se anticipaba un roto monumental. Aflojó lo justo para conseguir el quinto. En cualquier caso, la final ya estaba decidida.

Este título, apenas considerad­o por el Barça en los últimos años, adquiere ahora un significad­o muy diferente. En una temporada donde el equipo y el club se han dado un baño de realidad, con fases agudas de crisis y desesperan­za del Barcelona, la Copa no es cualquier cosa. Es un trampolín a la satisfacci­ón de la hinchada y al futuro del equipo, que ha recuperado la autoestima y el juego día a día, con una consistenc­ia en el progreso que había dejado en el aire dos preguntas previas a la final: el futuro de Koeman y el de Messi.

Desde la influencia del resultado no caben dudas en la respuesta. La victoria reivindica a Koeman y sostiene a Messi como tótem del Barça. De eso parecía que trataba el partido antes de jugarse, al menos en términos mediáticos. El título no resolverá el interrogan­te que pesa sobre los dos, pero añadirá una tremenda presión en los dos casos. Es la hora de las decisiones para Laporta y Messi en un momento por fin feliz para el Barça. Y no es lo mismo decidir en la felicidad que en el desencanto.

Es la hora de las decisiones para Laporta y Messi, y no es lo mismo decidir en la felicidad que en el desencanto

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ÁNGEL FERNÁNDEZ / AP Busquets celebra su séptimo título de Copa
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