La Vanguardia

Una final en el lavamanos

- Xavier Aldekoa

Una vez escapé de un grupo rebelde en la selva del Congo en una moto sin frenos. Durante horas descendí por un acantilado, con el corazón fustigado por la prisa y el miedo, frenando con los pies y mil padrenuest­ros. En otra ocasión, la congoja fue más fugaz: me secuestrar­on durante horas por orden de un rey de Nigeria. En una tercera, un brujo pigmeo me llevó a un bosque, se desnudó mientras sacrificab­a animales y preparó unos hechizos, que luego funcionaro­n.

Cuando mi jefe en este asunto del balón, Joanjo Pallàs, me invitó a escribir esta columna, pensé que colocaría aquí todas esas batallitas del oficio que a menudo espera el interlocut­or cuando regreso de un viaje africano con la mandíbula aún desencajad­a. Ese tipo de historias que, bien contadas, cortan el aire y provocan una admiración callada.

Siempre he sabido aprovechar este tipo de asistencia­s al lucimiento. Aquí mi columna de hoy: esta semana lavé a mano la camiseta de Athletic de Bilbao de mi hija Lena.

Sigo a vueltas, ya ven, con el amor al club vasco de mi hija mayor porque los bilbaínos se empeñan en jugar finales y Lena sigue fiel al equipo de su primo Patxi, pese a las penas: tras la victoria copera de la Real, la llorera le duró hasta la una de la mañana y al día siguiente desayunó con la camiseta rojiblanca.

El miércoles cundió el pánico en casa. La zamarra del Athletic estaba sucia y, ante la duda de si la lavadora haría un estropicio en la prenda sagrada y en mi hoja de servicio paternal, acudí a san Google: “Lavar camiseta de fútbol delicada”. Emocionado tras comprobar los trucos que nos brinda la tecnología ante los obstáculos de la vida, a los dos minutos estaba enjabonand­o la camiseta del rival de mi equipo en el lavamanos

Muchos amigos me habían preguntado con quién iría en el partido de anoche; yo respondía diplomátic­o

del cuarto de baño, tratando de sobrevivir bajo una montaña de espuma que llegaba hasta el comedor. Informació­n de servicio: si el chorro de detergente tiñe el agua, has echado demasiado.

Muchos amigos me habían preguntado con quién iría en la final de anoche. Yo respondía diplomátic­o. Soy culé y es una final, pero si gana el Athletic me alegraré por Lena y lo celebrarem­os juntos, tirabuzón similar a que una gacela aplauda la blancura de los dientes del león mientras se la merienda. Pero ayer, antes del partido, Lena me preguntó que, si ganaba el Athletic, “farem una festa junts?” y ya me dirán cómo se gestiona la dulzura.

Al final, como tras lavar la camiseta a mano los dedos se ablandan y el corazón igual, opté por el pacto compensato­rio. Fuera cual fuera el resultado, celebraría­mos juntos con una condición: que ella me acompañe tirando petardos si el Madrid este año no gana la Champions. Lena me dio un abrazo que pensé que era de amor.

Hasta que noté las palmaditas en el hombro.

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POR LA ESCUADRA

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