La Vanguardia

Ayuso y el principio de placer

- Francesc-marc Álvaro

No es solo una populista o una imitadora castiza de Trump, es algo más. Algo que, me parece, se ha convertido en la clave de su tirón y de su conexión con un público que desborda las fronteras del votante típico del PP. ¿De qué se trata? De una mezcla de optimismo chulesco, hedonismo de terraza y carpe diem de caña y tapa. Isabel Díaz Ayuso ha dado con la fórmula mágica para sumar sufragios, que no es otra cosa que sacarle punta a eso que Freud denominó el principio de placer. Y lo hace precisamen­te cuando la gravedad del momento pandémico reclama que gobernante­s y ciudadanos asuman el principio de realidad por encima de todo. Para la presidenta autonómica y candidata, la realidad (las cifras, por ejemplo, de muertos por covid en la comunidad de Madrid) pesa poco en la toma de decisiones. Sus palabras y gestos están destinados a mantener una burbuja irrompible de felicidad y orgullo, frente a la izquierda, Pedro Sánchez y los datos más descorazon­adores.

Más que con Trump, Ayuso conecta con populistas paleolític­os de celtibéric­a raigambre, como Jesús Gil y Gil o José María Ruiz Mateos, que -tengamos memoria- fue elegido eurodiputa­do en 1989. La escasa sofisticac­ión de los mensajes de la presidenta madrileña recuerda el tono primario de esos personajes, pero hay que reconocer que ahora estamos ante otro fenómeno: Ayuso ha convertido en atributos ventajosos sus muchas incongruen­cias y momentos friqui. Lo disfuncion­al deviene simpático en su teatro.

Además del principio de placer, la lideresa se ve aupada por eso que, hablando de Italia y de Berlusconi, se denominó factor Robinson: un individual­ismo a ultranza que il Cavaliere encarnaba a la perfección frente a una sociedad recelosa del Estado. El individual­ismo de Ayuso, aderezado con cuñadismo, es una pseudoideo­logía que casa bien con el principio de placer, pues regala la ilusión de que cada hijo de vecino es un rey. Recuerden esa intervenci­ón de Aznar de 2007 en relación a una campaña contra los accidentes de tráfico: “A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburgues­as de tanto, debe usted evitar esto y además a usted le prohíbo beber vino”. Ayuso construye su discurso a partir de esa actitud del líder espiritual del PP.

La derecha se ha asociado tradiciona­lmente con el pesimismo ante la naturaleza humana. Como ha escrito Michel Tournier, “para el hombre de derechas, el paraíso está detrás de nosotros, y cada día que pasa nos alejamos de él”. Ayuso rompe este marco y proclama que el paraíso está en el Madrid actual. Es una suerte de soberanism­o capitalino, que limita al sur con La verbena de la Paloma y al norte con la nostalgia de La Movida. La candidata popular le roba el optimismo a la izquierda (es fácil ante Gabilondo) y surfea sobre el deseo de un futuro bueno, bonito y sin muchos impuestos. Quien venga detrás ya pagará la fiesta y limpiará el vómito de los borrachos. Porque, como nos advierte Tournier, “así como la alegría da color a la creación, el placer acompaña al consumo, es decir, a una forma de destrucció­n”.

“Quien venga detrás ya pagará la fiesta y limpiará el vómito de los borrachos”

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