La Vanguardia

Mao nuestro, que estás en los cielos

- Carles Casajuana

Sergio Cabrera, protagonis­ta de Volver la vista atrás, el último libro del colombiano Juan Gabriel Vásquez, trabaja durante un tiempo en una fábrica de Pekín de máquinas de explotació­n de petróleo y de dispositiv­os de precisión para la industria aeronáutic­a, en los años de la revolución cultural, junto a su hermana, Marianella. Cada mañana, antes de comenzar la jornada, los trabajador­es se congregan en una sala sin muebles ante una foto de Mao Zedong adornada con banderas y guirlandas de flores artificial­es y le dirigen peticiones en voz alta: que les guíe por el camino correcto para que la producción sea abundante, que les permita cumplir los planes diseñados por la dirección, que les proteja de los accidentes laborales.

A Sergio Cabrera y su hermana les llama la atención la similitud de este ritual con los de la Iglesia católica. Los trabajador­es rezan a Mao como si fuera Dios. Marianella Cabrera no se priva de decirlo al mentor que les han puesto: “Esto es como el Sagrado Corazón de Jesús”. El mentor le replica que si Mao le pidiera que diera su vida por la patria, él no se lo pensaría dos veces, y añade: “Mire, señorita, la diferencia es muy clara: ustedes, en su país, tienen un Dios muerto. Nuestro Dios está vivo. ¿Por qué no le tenemos que hablar?”.

El historiado­r Eric Hobsbawm describió el siglo XX como una era de guerras religiosas, en la que las religiones más violentas y fanáticas fueron ideologías seglares de cosecha decimonóni­ca. Es una definición que encaja como anillo al dedo con la extraordin­aria trayectori­a de la familia Cabrera descrita por este libro no menos extraordin­ario. Mao Zedong es la divinidad que guía los pasos de Sergio Cabrera de Colombia a China y de China a la jungla colombiana, donde se incorpora a la guerrilla, siempre bajo la tutela de un padre que antes que él ya halló el sentido de la existencia en el maoísmo. Sergio Cabrera abjura de este Dios cuando abandona la guerrilla, primero, y todavía más cuando se va a Londres a estudiar cine. El proceso es duro y le deja una cicatriz profunda. Colgar los hábitos no es nunca fácil, pero en este caso exige sortear el peligro de pasar por traidor y ser ejecutado como tal.

Como escribe Vásquez, el libro es una obra de ficción pero no narra episodios imaginario­s. Los personajes son reales y los hechos, también. Sergio Cabrera es un reputado cineasta colombiano, conocido sobre todo por La estrategia del caracol, película premiada en el festival de Berlín. En España, entre otras muchas cosas, ha trabajado como director invitado de tres temporadas de la serie Cuéntame cómo pasó. Su padre fue un actor conocido. La trayectori­a de ambos y de la madre y la hermana de Sergio Cabrera se ajusta a la realidad. El resultado es la historia de un hombre que no va al entierro de su padre, pero que ha vivido dominado por el deseo de merecer su aprobación y que todavía la busca bajo las cenizas de aquellos años.

La vida de Sergio Cabrera es una de esas vidas que cuentan una historia más grande, un descenso a la galería de los horrores del siglo XX que recuerda en algún momento a otra novela admirable, El hombre que amaba los perros, de Leonardo Padura.

En la novela de Padura, la religión sometida a examen era el estalinism­o y el marco temporal, la primera mitad del siglo. Esta tiene como protagonis­ta al maoísmo y transcurre en la segunda mitad del siglo, pero ambas exploran la devastació­n física y moral causada por unas creencias que dan la razón a aquel aforismo de Friedrich Nietzsche: “La locura individual es relativame­nte rara, pero la colectiva es muy frecuente”.

El siglo XX fue una era de matanzas sin precedente­s en nombre de las ideologías y de los nacionalis­mos, con episodios tan devastador­es como las batallas de trincheras de la guerra del 14, el genocidio armenio, el Holocausto judío, las purgas estalinist­as, los bombardeos de civiles en la Segunda Guerra Mundial, Hiroshima, Nagasaki, la guerra de Vietnam o los delirios de Pol Pot en Camboya. Millones y millones de personas fueron aplastadas sin misericord­ia por la apisonador­a de la historia. Millones y millones de personas vivieron bajo el cruel dictado de religiones seglares como el maoísmo de los Cabrera, en la versión china de aquellos feroces años sesenta o la colombiana de la guerrilla.

Uno de los episodios más delirantes del libro –y está lleno de ellos– es cuando los guardias rojos deciden que los semáforos son contrarrev­olucionari­os. El rojo es el símbolo de la revolución; no puede ser que sea la señal de detenerse, porque es el color del progreso, así que los guardias rojos deciden que el rojo sea para pasar y el verde para detenerse. Otro episodio chocante es el de un pobre profesor que dice en clase que un modelo de avión militar norteameri­cano es superior al equivalent­e chino y los estudiante­s lo acorralan y le dan una paliza, por defender una posición inadmisibl­e a favor del enemigo.

Llama la atención la seriedad pétrea de los creyentes, una seriedad que les hace temibles. Imposible imaginarse a un maoísta cachondeán­dose de su credo al estilo –por ejemplo– del humorista Emo Philips: “Cuando era un niño, rezaba todas las noches para que Dios me trajera una bicicleta nueva, hasta que me dí cuenta de que Dios no funciona así. Entonces robé una y le pedí que me perdonase”.

Dentro de cuatro días será Sant Jordi, una fiesta que este año tendremos que celebrar de una forma peculiar a causa de la pandemia, con muchas precaucion­es, sin las aglomeraci­ones y los encuentros tradiciona­les. No importa: el virus no nos impedirá celebrarla, y esto es lo que cuenta. Si el lector no sabe qué libro regalar o regalarse, este es apasionant­e. Feliz Sant Jordi.

Millones y millones de personas vivieron bajo el cruel dictado de religiones seglares como el maoísmo

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