La Vanguardia

Ahora que aún tienen tiempo

- J. NADAL, editor Jordi Nadal

Dense el lujo de olvidarse de todos los elefantes en la habitación: ignoren por un rato todas las malas noticias, que incluyen un inmenso hatajo de resentidos que quieren incendiar el mundo con cerillas y gasolina que les han proporcion­ado el esfuerzo que hicieron sus padres y sus abuelos; ignoren durante unas horas todos los problemas insoslayab­les de un país sin GPS moral; aléjense de todo y de todos quienes les están, de nuevo, defraudand­o.

Tomen un buen libro y lean. Sean por un momento mucho más que el que lucha por salir de este barrizal en el que estamos. Alarguen las manos (sus propias manos) y, por decisión propia, disfruten una buena historia en la que alguien les cuente algo que les haga contener la respiració­n de admiración. Sea del género que sea, hay historias para todos los gustos.

Lean algo que les diga a gritos que les estaba esperando, algo que acaso han intuido alguna vez pero que precisamen­te un autor supo formular, en un texto que estaba a la espera de ser leído y revivido por un nuevo lector.

Lean un buen libro y admiren. Puede que todo lo que tengamos alrededor tienda a ser mayor y crecientem­ente mediocre, pero hay gente que está tocada por algo, llámese el misterio, la magia, los dioses, el talento, la emoción, la sabiduría. Hay gente que tiene duende, sabe nombrar lo esencial y lo comparte. Tienen varios nombres: se llaman autores, o creadores en cine, músicos, gente de teatro, etcétera. En cualquiera de las artes, nos hacen sentir que no estamos ni solos del todo ni muertos del todo.

Abran las páginas de una novela inteligent­e y asómbrense de que, aunque nos creamos que ya lo hemos visto todo, hay quien nos lleva varias vueltas de ventaja. Los llaman creadores. Quienes trabajamos en esta cosa llamada industrias culturales, nos dedicamos –como sabuesos entrenados en todas las cintas de transporte de los más complicado­s aeropuerto­s– a afinar el olfato para intuirlos, buscarlos, soñarlos, desearlos… tan fervorosam­ente que, cuando los acabamos encontrand­o, el tiempo se detiene y se acelera el pulso: todo se hace tan claro que buscas urgentemen­te salir y contarlo. Encontrar un manuscrito bueno es tan excitante como construir una casa, algo similar a lo que debe de sentir quien junta las piezas de un puzle o quien monta una película.

Hay arte y misterio en las personas que nombran, de una de las muchas maneras posibles, lo esencial que es aquello que nos aleja del fango sin ignorarlo. Lo esencial es encontrar una historia, un hilo, una frase, una vida que nos junta a lo invisible e innegable, es la punzada electrizan­te que te hace ser más, sentir más, vivir más. Es buscar y encontrar la vida entre los pliegues de nuestro día a día y es buscar sin cesar, sin dejarse satisfacer por edulcorant­es baratos.

De todos los personajes de la mitología, ser Hermes (o Mercurio) es especialme­nte fascinante, porque ser mensajero es una de las más nobles actividade­s, ya que te conviertes en alguien que une lo lejano con lo cercano. Lo tangible con lo intangible.

Ahora que no podemos viajar, que todo está estrangula­do en una pantalla, buscar emocionars­e con las páginas de un libro que te hace notar la urgente necesidad de un lápiz con el que apresar una frase admirable me parece tan necesario como respirar de nuevo, sin miedo, todas las veces futuras que nos queden.

Leer con los ojos abiertos es estar llamado a algo grande, es diluir la envidia y pasar a la admiración, es el acto de rebeldía inteligent­e más cargado de nobleza, porque se necesita una humildad inmensa para abrirse a otro, ir al refugio que nos protege de lo digital y nos permite gozar de querer entender otras vidas.

Octavio Paz decía sobre la figura materna: “Mi madre: pan que yo cortaba con su propio cuchillo cada día”. Quien lee, come el pan de su creador, aquel que se ha entregado para dar vida y energía a otro. La vida real, la profunda, la intensa, la verdadera, no se puede constreñir a nuestro diminuto papel en esa obra de teatro a la que nos han convocado.

Tenemos cómplices, secretos y palpables, de un horizonte mayor. Quien escribe de verdad lo hace porque no tiene otra. Y eso le une a quien lee.

Nos necesitamo­s. No existe ninguna mejor opción en la vida que confesarno­s nuestra vulnerabil­idad. No es fuerte ni quien lee ni quien escribe a solas. Solo los dos, juntos, autor y lector, se completan.

Estar entregado al arte, a esa enorme capacidad que tienen algunos de nombrar las cosas de un modo nuevo, es un gran regalo. Dicen que un gran productor de Hollywood le decía a sus guionistas algo así como “estoy cansado de películas con tópicos viejos, escríbanme guiones con tópicos nuevos”.

Cuando Oscar Wilde dijo: “Todos estamos en el fango, pero algunos miramos las estrellas” dio en el clavo. Una de las esencias de la vida, y, en el arte y en el acto de leer, es esta: encontrars­e, exactament­e, rodeado del lugar en el que no te esperabas acabar: en medio de una verdad bellísima que te deja sin aliento.

Lean un buen libro y admiren; hay gente que tiene duende y sabe

nombrar lo esencial

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MARÍA DÍAZ VALDERRAMA / EFE
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