La poesía olvidada
Víctor Ramírez expone en la galería K
Se acerca el día del Libro y creo que tampoco este año va a ser el día del libro de poesía, de buena poesía. Sant Jordi será una vez más el día de la novela y de la rosa, lo cual ya es mucho. Es una fiesta espléndida. Sin embargo, me pregunto por qué en esta fiesta y durante el resto del año la poesía no tiene una presencia mucho más relevante. Es cierto que hay poemas ramplones y cursis, y rimas que son ripios, pero a veces dos versos alcanzan y profundizan más que toda una buena novela. Esa concentración intensa y esa brevedad expresiva deberían ser factores favorables al éxito de la poesía en una época como la actual, tan llena de propuestas, tan falta de tiempo y tan acostumbrada a ver fragmentos. Pero el ruido y las distracciones le van en contra, pues la imaginación que despierta la poesía sólo se activa cuando la concentración y la atención son plenas. Hasta ahora, la mayor parte de la gente ha optado por otra forma de brevedad: la emisión de mensajitos vía Twitter se suele preferir a la lucidez de los versos de Pessoa, Ungaretti y sus equivalentes actuales.
Tampoco ayuda a la poesía la lógica del mercado, que casi siempre prefiere los éxitos rápidos –a menudo olvidables- y no sabe valorar los libros que se venderán durante muchos decenios, como sucede con Lorca o Walt Whitman. Los libros de poemas no son promocionados ni mencionados, y debido a ello los buenos poemas no llegan a ser leídos por su amplio público posible, esa “inmensa minoría” de la que hablaba Juan Ramón Jiménez. Se instituye así un círculo aciago: los medios prestan escasa atención a la poesía porque las ediciones no superan los mil ejemplares. Y –consecuentemente– el número de lectores no puede crecer porque la poesía rara vez aparece en televisión, prensa y radio. Y cuando lo hace en las redes digitales, el criterio acertado es la excepción. Por eso poetas excelentes como Herberto Helder o Lêdo Ivo siguen siendo poco conocidos fuera del ámbito portugués y brasileño.
Antaño la palabra poesía era sinónimo de creación, representaba lo mejor y lo máximo alcanzable por las artes y las letras. Pero hoy es una palabra que en las tertulias es con frecuencia asociada, despectivamente, a nociones como lo ilusorio, la cursilería o la vaguedad. En los titulares de prensa aparece graciosamente asociada a los goles de Messi. Pero la verdadera poesía –lúcida, liberadora, atractiva y necesaria–, existe, aunque apenas aparezca.
En sus conversaciones, Goethe y Eckermann se formulaban esta pregunta, que era en realidad una afirmación: “¿En qué consiste la barbarie sino en ser incapaz de reconocer la excelencia?”... Tal vez nuestra época, como ya dijo Octavio Paz, es fundamentalmente enemiga de la poesía. ¿Y por qué lo es?... También de Paz es esta frase: “El acto mediante el cual el hombre se funda y revela a sí mismo es la poesía”. Y quien dice hombre dice ser humano y mujer. Y esta otra: “El poeta, el escritor, es el olmo que sí da peras”. Me temo que estas y otras virtudes de la poesía favorecen una sabiduría y una vida libre que no representan hoy valores al alza, ni aquí, ni en China, ni en Arabia. Stalin tenía muy claro que a ciertos poetas había que eliminarlos. En otros lugares y épocas, se opta por el ninguneo, que resulta menos criminal.
Esta semana, sin embargo, coinciden en Barcelona varias exposiciones donde se relacionan la poesía y las artes plásticas. De un modo intenso en la muestra de Víctor Ramírez en la galería K, que reúne 43 de los 150 dibujos y grabados que este artista ha realizado para la colección Vaso Roto Poesía, cuyo número extraordinario 150 incluye poemas de todos los autores que han publicado en la colección y todas las ilustraciones de las 150 cubiertas. También la colectiva de Ana Mas Projects se basa en textos de Alejandra Pizarnik. Las fotografías de Jordi Bernadó (en Senda) se inspiran en Safo y Anne Carson. Y, en Eude, Brossa dialoga con Tàpies.