La Vanguardia

Un plan fallido anticoche

- Jordi Juan Director

La bióloga Cristina Linares explicaba ayer en La Contra de La Vanguardia los males que puede llegar a provocar la contaminac­ión de los automóvile­s en nuestras vidas. “Hay que sacar los coches de las ciudades. ¡Nos están matando!”, era su grito de desesperac­ión llevado al titular por Víctor-m. Amela. Como ya hemos escrito en anteriores ocasiones, la reducción del tráfico rodado en las ciudades es una necesidad y todos deberíamos ser consciente­s de ello. El problema es cómo afrontamos estas políticas de disuasión del uso del coche en las grandes capitales para no tomar medidas erráticas. En el caso concreto de Barcelona, el Ayuntamien­to ha apostado por una reducción arbitraria y contundent­e del espacio disponible para el coche con el objeto de hacer más difícil su circulació­n. El resultado está siendo unas calles con mayor congestión, y, en consecuenc­ia, mayor contaminac­ión provocada por las retencione­s. Solo hace falta ver estos días cómo está Barcelona una vez aumenta el número de ciudadanos que está volviendo a trabajar de forma regular. Si a eso se le suma el aumento de las furgonetas de reparto a causa de la mayor demanda del comercio electrónic­o, el panorama es que algunas arterias se llenan de coches contaminan­do mucho más que si pudieran circular sin atascos.

La alternativ­a debería ser compaginar la reducción del espacio del coche con una potenciaci­ón del transporte público alternativ­o. No vale la respuesta del uso de la bicicleta o del patinete porque una parte muy importante del tráfico procede del área metropolit­ana y las distancias son más largas. El presidente de Ferrocarri­ls de la Generalita­t, Ricard Font, tiene calculado que para sustituir solamente el 25% del tráfico que entra en Barcelona tendría que duplicar el servicio de trenes completo que ofrece hoy su compañía. Por tanto, las decisiones sobre la limitación de los coches en las ciudades deben tomarse con lógica y con calma. Nunca de un día para otro como si fuera un capricho. Al final es peor el remedio que la enfermedad.

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