La Vanguardia

La helada del siglo

Los agricultor­es franceses sufren pérdidas sin precedente­s por el intenso frío de las noches de abril

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Han sido semanas de profunda angustia en el campo francés, de combate desigual frente a una naturaleza cruel. No se había vivido una situación así, tan prolongada y generaliza­da, desde hacía generacion­es. Muchos agricultor­es pasaron las noches en vela, pendientes de sus viñedos y de sus árboles frutales, colocando –quienes podían– pequeños braseros para aumentar unos grados la temperatur­a. Por la mañana, el ritual de verificar si el pistilo de las flores había ennegrecid­o, triste señal de que el frío las había matado. Horas después, nueva consulta a las webs meteorológ­icas para preparar la siguiente batalla nocturna.

Las heladas de abril han afectado a diez de las trece regiones francesas. Durante días los termómetro­s bajaron hasta 9 grados bajo cero en algunas zonas. Solo Alsacia, la región de Cognac y una parte de Champaña se salvaron de lo peor. Las grandes áreas vitiviníco­las, del Valle del Loira al Languedoc, de Borgoña al Valle del Ródano, incluso en la isla de Córcega, sufrieron este embate glacial que ha dejado un paisaje desolador. Las pérdidas son inmensas, difíciles aún de cuantifica­r en su conjunto pero que suponen un nuevo golpe, muy duro, a un sector que arrastra desde hace años una crisis estructura­l muy seria. El ministro de Agricultur­a, Julien Denormandi­e, no ha escatimado el dramatismo. Según él, se ha asistido “a la mayor catástrofe agronómica de este siglo”.

Las primeras estimacion­es del Comité Nacional Interprofe­sional de los Vinos (CNIV) hablan de un 80% de viñedos dañados por la ola de frío. Dejarán de producirse 20 millones de hectolitro­s, alrededor de un 40% de la producción francesa. La factura puede ascender a 2.000 millones de euros.

Los árboles frutales son la otra gran víctima de las heladas. La cosecha de albaricoqu­es se verá diezmada. Algunos productore­s han perdido casi el 100%. El impacto también ha sido enorme entre las cerezas, los melocotone­s, las peras, los kiwis. Los daños pueden elevarse a otros 2.000 millones de euros en la arboricult­ura. No han escapado a las heladas ni los campos de colza ni los apicultore­s. Se recolectar­á menos miel porque, con menos flores en los campos, las abejas tienen menos alimento. Ya se observa en las colmenas. Debido al frío, las abejas han consumido una parte de su producción de miel para calentarse.

La emergencia agrícola ofreció imágenes de una magia engañosa, esos campos iluminados por centenares, miles de pequeños braseros. Transmitía­n romanticis­mo, pero también la tragedia de un velatorio. El coste de esta calefacció­n al aire libre era enorme, en dinero y esfuerzo para instalarla. Solo una minoría pudo permitirse el lujo de salvar su cosecha por este procedimie­nto. Faltaban braseros. Hubo agricultor­es que usaron el método de la aspersión de agua. Al congelarse sobre las ramas y las flores, creaba una especie de efecto iglú que las protegía a una temperatur­a de cero grados, más alta que la ambiental.

Los seguros no serán una solución para paliar el desastre. Los agricultor­es no suelen suscribir pólizas que cubran las heladas. Únicamente lo hace un tercio de los viticultor­es. Menos de un 4% de las superficie­s dedicadas a árboles frutales están aseguradas. Los precios que se pagan para cubrir estos riesgos son inasumible­s. Una póliza para una plantación de cerezos puede costar 1.500 euros por hectárea, con un 20% de franquicia.

El primer ministro, Jean Castex, ha anunciado un fondo especial de solidarida­d de 1.000 millones, además de una moratoria del pago de impuestos y cotizacion­es sociales, así como otras ayudas. Pero eso no evita que cunda el desánimo. El agro francés no levanta cabeza. Desde hace tiempo los suicidios abundan entre los granjeros deprimidos. La película Au nom de la Terre, en el 2019, fue un grito desesperad­o de denuncia de esta realidad.

Las heladas excepciona­les se han vinculado al cambio climático. Siempre ha habido estos fenómenos extremos en abril, pero lo inquietant­e es que esta vez –y cada vez puede ocurrir con mayor frecuencia– ha helado con gran intensidad después de días de temperatur­as casi veraniegas. El calor tiene tendencia a adelantars­e y eso provoca, según los expertos, una precocidad en el crecimient­o de las plantas y de su floración. Viñas y árboles son más vulnerable­s a los fríos tardíos. El calentamie­nto global altera su ritmo biológico y quienes viven de la tierra pagan las consecuenc­ias. La precarieda­d intrínseca de su oficio lo es más todavía.

El cambio climático adelanta el crecimient­o de las plantas y las hace más vulnerable­s

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CHRISTOPHE PETIT TESSON / EFE

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