Lady Penny, qué difícil ser la otra
El duque de Edimburgo llevaba años diseñando su entierro, del ataúd a la música, pasando por el Land Rover. Ocho días de luto nacional. Y el anuncio de una presencia: Penny Romsey. Lady Penny, condesa de Mountbatten, confidente de Felipe, treinta años más joven que él y, para entendernos, la otra, que es algo que se lleva mucho en estirpes monárquicas.
El adiós coreográfico dará juego a The crown, que más medallas que flores había entre invitados –dos hermanos estratégicamente separados por un primo que andaba un metro por detrás– y una reina sola y oscura rumiando sobre los 73 años que se pasó junto al finado.
“Penny y el duque de Edimburgo compartieron décadas de afecto”, aseguraba la edición británica de Grazia, eso era “exactamente lo que el duque quería”. Se conocieron en 1975 en el polo, compartieron caballos, motos y paseos con la reina… Pienso en mi señora madre, que no se perdía por nada del mundo boda, bautizo o funeral real, hasta el punto de esconder una maleta con todas las ¡Hola! de épocas pretéritas. Ocre, con remates metálicos en las esquinas; a punto estuve de vender la colección.
Observaría este funeral enconado, a prueba de barbitúricos, más triste que triste y a lady Penny le soltaría: “Qué difícil ser la otra”. Lo dijo con Camila y Carlos, con Marilyn y Kennedy; con Gayet y Hollande no le dio tiempo, pero se lo conté vía celestial. ¿Y Mitterrand? Esa foto de Anne Pingeot, amante durante 32 años del expresidente, llorándole con el bonete y el tul a topos, al lado de la hija de ambos, Mazarine...
Dijo La Rochefoucauld que “la adulación es una moneda falsa que cursa gracias solo a nuestra vanidad”. Eso queda tras el magno entierro, una sensación de caldo rancio alrededor de las monarquías que insisten en dar cucharadas a sus fieles de algo que, ya hace tiempo, caducó.