La Vanguardia

Tu gato jamás lo haría

- Isabel Gómez Melenchón

El corazón de las tinieblas anida en esas imágenes de maltrato insufrible­s

Gordo hace días que no me dirige la palabra. Lo entiendo, de hecho yo tampoco me dirijo la palabra a mí misma. Gordo es mi gato tres patas, handicappe­d desde que una mala moto se saltó los límites de velocidad en un barrio que es pueblo y lo atropelló. Gordo salvó la vida y su mala leche de fábrica, tan diferente a su hermana Nita (de Bonita), una gata asustadiza que cada día sufre varios infartitos y miniarritm­ias. Entre los gatos, como entre las personas humanas y resto de seres sintientes, hay de todo, aunque hay cosas que entre todos los sintientes solo hacemos los humanos, quizás porque hay demasiados que no sienten nada.

Ni Gordo ni Nita me hablan y a mí me cuesta hablar de ello porque la mezcla de dolor, asco, vergüenza, impotencia, rabia, indignació­n, náuseas, angustia y horror que sentí al ver el presunto maltrato a los animales en Vivotecnia va más allá de mi capacidad de expresión y de mi propia tolerancia a la brutalidad. Y de la comprensió­n. Brutalidad­es cometidas supuesta y gratuitame­nte, en la acepción de innecesari­as, si es que alguna vez pueden no serlo, que yo creo que jamás. El corazón de las tinieblas anida en esas imágenes insufrible­s, el horror de lo que se hace y el horror de cómo se hace, mecánicame­nte, como si no se tuviera conscienci­a de ello. Ni, por supuesto, conciencia. Hace años, preparando un reportaje sobre nuestra (mala y compleja) relación con el resto de seres vivos, descubrí algunas cosas. Una, que los animales no humanos pueden “experiment­ar emociones positivas y negativas, dolor y angustia”, y lo entrecomil­lo porque así lo admitió oficialmen­te el Gobierno de Nueva Zelanda, del que tantas cosas ahora admiramos. Sentient beings, seres sintientes. También, que los no humanos son consciente­s, consciente­s de sí mismos y de su entorno, lo establecie­ron en la Declaració­n de Cambridge del 2012 un grupo de neurocient­íficos e investigad­ores, entre ellos Stephen Hawking. Que cada ser es único e irrepetibl­e no me lo digan, lo veo cada día en casa.

Cuando perdemos la piedad, la empatía, la compasión, perdemos lo que pensábamos nos hacía humanos.no, yo tampoco me hablo a mí misma.

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