La jauría humana contra el pescador Peter Grimes
El Real ovaciona el montaje muy británico de la ópera de Britten
Desde el prólogo mismo de Peter Grimes, con el juicio al protagonista, ese torpe, agrio y solitario pescador que ha regresado de faenar con el grumete muerto por deshidratación, ya se plantea claramente el argumento de esta ópera de Benjamin Britten: el individuo incomprendido, incapaz de relacionarse e integrarse en su comunidad. Pero en el montaje dirigido por la británica Deborah Warner que ayer vio la luz en el Real, lo que queda claro desde el minuto cero es de qué va el tema: de la persecución del distinto, del linchamiento del ser inquietante que supone un peligro para el grupo, pues le confronta con sus contradicciones.
“Destruiremos a aquel que nos desprecia”, canta el coro presagiando el trágico final.
No en vano Britten escribía esta ópera regresando a Gran Bretaña después de haber pasado la guerra en EE.UU.. Había partido con el tenor Peter Spears como amigo y volvían como pareja, un tándem artístico que iba a dar grandes frutos como este Peter Grimes lo escribió para él y en el que el compositor refleja esa sociedad cerrada y puritana que le esperaba en casa. Una sociedad quemantenía vigente el delito de sodomía y metía en la cárcel a los homosexuales.
El montaje de Deborah Warner respira verdad a la manera británica, pues consigue reflejar una cotidianidad vulgar y poética a la vez, algo que nos retrotrae el cine social de este cambio de siglo. En sus manos el coro pasa de ser una masa en movimiento de la que van surgiendo los personajes individuales, dejando adivinar una notable dirección de actores y una acting impresionante, especialmente el del tenor Allan Clayton, que no parece estar debutando el papel. Al igual que la soprano Maria Bengtsson en el papel de Ellen Orford, la maestra de escuela y alma gemela de Grimes, a quién él utiliza como excusa para suponerse esperanzado. Habrá valido la pena tanta pelea burocrática con las autoridades del Brexit para viajar a España si el resultado iba a ser este.
El maestro Ivor Bolton parece sacar partido del trabajo hecho por la orquesta del Real con Siegfried. Luce los metales a lo Shostakóvich pero también ese swing gershwiniano del que se había impregnado Britten por aquel entonces.
El público, entre el que estaba el embajador del Reino Unido, Hugh Elliott, se decía encantado en los pasillos ya en el primer entreacto. La ópera del siglo XX (se estrenó en 1945) atrapa como la que más. Algo que el equipo artístico celebró sí o sí, a pesar de la pandemia. ¿Cómo? Vía Zoom con unos benjamines de Moët & Chandon.
La noche se salda con 8 minutos de aplausos y aclamaciones al tenor Allan Clayton y la orquesta de Bolton