La Vanguardia

“Exigimos siempre las mismas prestacion­es a los padres”

Albert Om, periodista, publica ‘El dia que vaig marxar’

- MAGÍ CAMPS

En la primavera del 2015, Albert Om (Taradell, 1966) desapareci­ó del mapa y se fue unos meses a la Provenza. “Detrás no hay ninguna crisis existencia­l”, puntualiza, lo hizo “pour le plaisir”, por el placer de descansar unos meses y, entre otras cosas, estudiar francés. El libro El dia que vaig marxar (La Joie de Vivre,

Univers), le ha permitido recordar aquella estancia provenzal y reflexiona­r sobre la vida cuando se acercaba a los 50 años.

Cuando llega a Aix-en-provence, lo primero que hace es comprar un libro, Disparaîtr­e de soi (Desaparece­r de uno mismo), de David Le Breton.

Me gusta pasear por las librerías y lo descubrí en los primeros días. Me pareció adecuado, sobre todo por un verbo que sale a menudo,

s’effacer, borrarse, que conecta con el deseo de borrarte durante un tiempo del día a día. Abro un paréntesis. También es una época, cuando te acercas a los 50 años, que los padres entran en la decadencia y a ti te entra el miedo a que algún día no estarán.

¿Huye de la fama?

No es este el motivo. Hice algo parecido a los 25 años, en Londres. Trabajaba en El 9 Nou y cogí una excedencia. Pero sí es verdad que el hecho de ser de un entorno pequeño, de Taradell, de Osona, te entrena un poco en la mirada de los otros. Me rebelo contra la frase “qué dirá la gente”. La respuesta inmediata es que la gente diga lo que quiera, pero realmente te influye. De esta mirada de los otros, que después se amplía a un ámbito mayor por el trabajo en los medios de comunicaci­ón, va bien descansar.

Y se va a Aix-en-provence.

Se trataba de ir a un lugar que fueque ra nuevo, por eso el libro también es un descubrimi­ento, de una lengua, de nuevos compañeros, donde nadie tiene ningún prejuicio sobre ti, ni positivo ni negativo.

¿Por qué Francia?

Me gustan mucho las lenguas. Fui de las primeras generacion­es aprendimos inglés y veía el francés como algo del pasado. Cuando salgo de Catalunya me voy a Londres, no a París como las generacion­es anteriores. Ahora, en cambio, escojo el francés porque es una lengua nueva y porque para las generacion­es que nos han precedido era importante, tanto la lengua, como la cultura.

¿Qué era Francia?

Era la libertad. Una vez Serrat me dijo que ellos no querían ser ni catalanes ni españoles, querían ser franceses. A 150 km estaba Francia y era la patria a la que te podías adscribir voluntaria­mente.

Y cuando se acerca a los 50 años, se detiene y mira atrás.

Cuando veraneaba en la Costa Brava, me acercaba a los extranjero­s y aprendía las primeras palabras. Eran las palabrotas, claro. El extranjero era un lugar mítico: “Han ido al extranjero”, decíamos. Mis padres no hablaban francés, pero se escapaban a París e iban al Folies Bergère. Cuando volvían decían cuatro palabras, como yo con las que había aprendido en la playa.

Sus padres están muy presentes en el libro, tanto en aquellos primeros años como en el momento actual.

Creo que con los padres tenemos un punto de crueldad, porque incluso cuando se hacen mayores les exigimos las mismas prestacion­es, y ellos van perdiendo facultades. En mi padre llega la sordera, después la demencia, los cánceres de mi madre... Cuando les tienes que repetir las cosas, te cabreas, y no te das cuenta de que eso forma parte del proceso.

Como Dante, ha llegado a la mitad de su vida.

A mi edad, miras adelante y también miras atrás, de dónde vienes. El libro también es un viaje para mí. Como periodista, siempre indagando en la vida de los otros, ahora he buscado en la mía.

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ANA JIMÉNEZ El periodista Albert Om en la entrevista con La Vanguardia

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