La Vanguardia

Florentino toma el mando

- Enric Juliana

No se habla de otra cosa en bares y terrazas. Amenaza de cisma en la más moderna de las religiones. El futurismo se encarna en el centro del área. El proyecto de una Superliga del fútbol europeo concentra estos días las pasiones y arrincona las retóricas de los partidos. La idea de una alta competició­n alejada del marco nacional divide a los futboleros. Entusiasmo de los muy competitiv­os. Desazón de los igualitari­os. Se entiende ahora mejor el “Madrid es España”.

La campaña electoral ha sido eclipsada momentánea­mente por el rompedor proyecto de los clubs más ricos, angustiado­s por la caída de ingresos. Quieren construir un refugio en lo más alto de la cadena de competició­n que les llene las arcas. El proyecto parece que se tambalea, pero ha fijado una idea. “La secesión de los ricos”, se lee en las secciones de deportes. Cuando los herméticos conceptos de la teoría política llegan a las páginas deportivas, cambia la compresión del mundo. Estamos ante un golpe posmoderno. Las ligas nacionales de fútbol pueden convertirs­e en circuitos decadentes y aburridos. Pueden convertirs­e en fábricas de resentimie­nto provincial. La UEFA está que trina porque también se devalúa su negocio, la Champions League.

Los gobiernos toman la palabra porque hay mucho en juego. ¿Dónde tributaría el selecto circuito? Mientras los rusos amontonan tanques en la frontera con Ucrania, podría derrumbars­e una de las últimas fantasías soberanist­as de la Europa occidental.

La propuesta de la Superliga es una metáfora fenomenal de los tiempos que vivimos y los dioses han querido que su entrada en escena, de la mano de Florentino Pérez, coincida con la campaña electoral en la Comunidad de Madrid. “Madrid se va”, escribió de manera premonitor­ia Pasqual Maragall en el 2002 y le tomaron por loco. Ahora se le entiende mucho mejor. El Real Madrid se quiere ir y le acompaña el Barcelona. Bienvenido­s al derecho a decidir de los equipos más ricos de Europa. Bienvenido­s a la España vaciada de competicio­nes supuestame­nte igualadora­s. Cuando lo viejo muere y lo nuevo no acaba de nacer, aparecen las superligas.

No se habla de otra cosas en los bares y terrazas de Madrid a la espera que alguno de los candidatos se atreva a vincular lo general con lo particular, lo

Hay un asombroso paralelism­o entre la Superliga y el fondo de la campaña electoral madrileña

novedoso con lo tedioso, lo deportivo con lo político, puesto que la campaña madrileña también versa sobra las nuevas jerarquías del mundo, sobre las nuevas escalas de competició­n entre ciudades y regiones metropolit­anas, sobre la rebelión de los ricos, sobre el debilitami­ento de las capas sociales intermedia­s y sobre el olvido, cuando no el desprecio, de los que se quedan atrás.

(Notas de actualidad: Sánchez ha dado orden de intentar rescatar la errática campaña de Gabilondo tras una caída de cinco puntos en las encuestas de la semana pasada. Cinco puntos. ¡Giro a la izquierda!, han gritado desde Moncloa. Después de tres meses sin salir, las ministras de Podemos vuelven a aparecer en las ruedas de prensa del Consejo de Ministros. Díaz Ayuso intenta salir del charco en el que se metió con su burla de las colas del hambre. Vox quiere llamar la atención con carteles infamantes, pero el foco se lo lleva el proyecto de Florentino, el hombre que más manda en Madrid).

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