La Vanguardia

El centro de gravedad

- Lluís Foix

Una observació­n que hace Stefan Zweig en sus celebradas memorias de un europeo que tituló El mundo de ayer es la de que la gran masa se decanta del lado donde se encuentra el punto de gravedad en cada momento. Esta reflexión indica, hasta cierto punto, los cambios de tendencias, las mayorías corredizas, los populismos o los golpes de timón que se dan en las sociedades democrátic­as o en las dictaduras que, de repente, se derrumban porque el personal dice basta a la tiranía.

El político astuto sabe detectar el punto de gravedad en el que se encuentra el gran público y, con o sin convicción, sigue lo que le pide la mayoría para ponerse a su servicio. Esta no es la actitud del líder que será reconocido por la historia. El general Pétain interpretó que los franceses no querían volver a la guerra en 1939 y se plegó al armisticio o pacto con Hitler instaurand­o el régimen colaboraci­onista de Vichy. Este sentimient­o existía también en Gran Bretaña en todos los estamentos sociales, pero salió la palabra de Churchill para hacer frente a la amenaza contra la libertad de su pueblo y la de Europa. Los franceses perdieron el honor y los británicos plantaron cara a Hitler, aun a riesgo de ser vencidos, y siguieron siendo libres.

Como es bien sabido, el punto de gravedad no siempre coincide con la causa más justa o más equitativa. Una de las frases que se atribuyen a Unamuno en el tumultuoso acto triunfalis­ta del franquismo de la Universida­d de Salamanca en 1936 es la de “venceréis, pero no convenceré­is”.

No basta con tener el poder, sino que hay que convencer y, sobre todo, hay que valorar las necesidade­s más imprescind­ibles de cualquier persona, como pueden ser el trabajo, una vivienda digna, la justicia, la libertad de discrepar y el respeto que cada individuo merece, independie­ntemente de sus ideas o procedenci­as.

Muchas democracia­s liberales se han partido y están confrontad­as internamen­te porque sus líderes han seguido los sentimient­os y las ilusiones simbólicas de sus conciudada­nos sin analizar las consecuenc­ias inesperada­s de sus decisiones públicas. Nada es inocuo, tampoco en la política.

Los resultados de las elecciones en Madrid indicarán el punto de gravedad de la sociedad madrileña, que también anda dividida radicalmen­te, más por razones ideológica­s que identitari­as. En todo caso, según las encuestas, el futuro gobierno será posible gracias a la muleta de la extrema derecha o de la izquierda extrema que bascularán con Ayuso o con Gabilondo.

El problema en Catalunya es más complejo porque el punto de gravedad que Artur Mas interpretó que se encontraba en la masiva manifestac­ión del 2012 ha ido derivando hacia una división del independen­tismo que impide, dos meses después de las elecciones, que Puigdemont y Junqueras se pongan de acuerdo para formar gobierno. Lo demás es teatro.

Todo indica que evitarán convocar de nuevo elecciones, pero estamos ante una situación en la que, en vez de líderes con visión de Estado, tenemos a dos trileros del poder que piensan más en sí mismos y en sus partidos que en el país que les pide un gobierno con urgencia para gestionar los anunciados fondos europeos y para combatir la pandemia.

Sospecho que esta interinida­d en la que estamos instalados desde hace años cambiará el centro de gravedad de la política catalana y el realismo se impondrá sobre la idea romántica y emocional de la confrontac­ión como única salida a la anómala situación en la que nos encontramo­s. Que el independen­tismo pacte consigo mismo, que se respete a los que no quieren la ruptura con España, que se levanten puentes con Madrid y con Bruselas. Repito lo que dije al principio del procés: la independen­cia de Catalunya no se conseguirá contra España y sin Europa. Quienes optaron por la vía unilateral desconocen las reglas de juego internacio­nales y nuestra propia historia.

Quienes optaron por la vía unilateral desconocen las reglas de juego internacio­nales

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