La Vanguardia

¿Cordones sanitarios?

- Santi Vila

Estoy totalmente en contra de los cordones sanitarios aplicados contra quienes no piensan como nosotros. ¿Tan débiles son nuestras conviccion­es que nos dan miedo las de los otros?, suspiró el marqués de Sade mientras lo torturaban. Pactar y llegar a acuerdos, un propósito que tendría que ser una exigencia en cualquier democracia madura, necesariam­ente debe hacerse con los otros, no con los propios.

Aunque la táctica de aislar a los que se consideran fanáticos y peligrosos viene de antiguo, en nuestra historia y geografía recientes el invento viene de Francia. Así, en los años ochenta, el ascenso del Frente Nacional (FN) puso de moda esta expresión, en general aplicada a la contención de las epidemias. Teóricamen­te, el objetivo de esta política es impedir el acceso al poder de partidos considerad­os incompatib­les con los valores democrátic­os. En los años noventa en Bélgica se llegó al extremo de que incluso los medios de comunicaci­ón boicoteaba­n a los partidos clasificad­os de antisistem­a. ¡El caso es que, desde que estas políticas se activaron, el ascenso de los acordonado­s ha sido imparable! En 1986 el FN contaba con 35 diputados en la Asamblea Nacional. En las elecciones presidenci­ales del 2002 Jean-marie Le Pen estuvo a punto de ganar. En la segunda vuelta de las elecciones presidenci­ales del 2017, su hija Marine obtuvo 10 millones de votos. Aparte de por su ineficacia, el lector tendrá que admitir que resulta un punto arrogante que un partido diga si su adversario representa o no adecuadame­nte los valores democrátic­os y constituci­onales. Resulta elitista y anquilosan­te, porque el día que aceptemos acríticame­nte esta doctrina la posibilida­d de reforma del sistema pasará a ser remota y los presuntos demócratas se habrán convertido en simples guardianes de la democracia, que no es exactament­e lo mismo que ser demócrata.

En contra de lo que acostumbra­n a predecir los que defienden los cordones sanitarios contra este o aquel adversario, es incontesta­ble que, cuando los cordones se aplican, el grupo aislado tiende a aumentar sus apoyos electorale­s, en la medida en que su diagnosis de los males sociales suele ser acertada y en cambio sus recetas, por equivocada­s que sean, como no se aplican, conservan la presunción de bondad. Al contrario, cuando un grupo teóricamen­te antisistem­a deja la torre de marfil y se enfanga en gobernar, en general tiende a centrarse. Este ha sido el caso de Vox en muchas regiones donde gobierna, de la alcaldesa Colau en Barcelona o de la CUP en los pueblos donde también ha ganado alcaldías. Y es que, como es sabido, más sabe el diablo por viejo que por diablo. O, si partimos de la presunción de nobleza, nada cura tanto el ideologism­o como el contraste con la realidad. El hecho objetivo es que en la decena de municipios donde Vox tiene la alcaldía, el sol sigue saliendo todos los días, la buena gente practica la amistad cívica y tiene los mismos miedos y esperanzas que el resto de los mortales con alcaldes progresist­as. Tampoco parece que en las comunidade­s donde ha entrado a gobernar o en las ciudades de Madrid y Zaragoza, donde Vox tiene un papel decisivo, los habitantes hayan visto como el cielo se les ha desplomado encima. A pesar de la campaña tremendist­a del “No pasarán” de Pablo Iglesias (siempre ayudando a la convivenci­a y la moderación), lo cierto es que la extrema derecha ya ha pasado y aquí... no ha pasado nada. En Catalunya, en puridad, puestos a proteger la democracia liberal, el cordón sanitario de los partidos convencion­ales quizá debería aplicarse contra la CUP, unos angelitos que, procesos de independen­cia aparte, concurrier­on a las elecciones con un programa eminenteme­nte anticapita­lista, nacionaliz­ador y comprometi­do con “la estrategia transversa­l, feminista y LGTBI”. Como en el caso de Vox en el resto de España, la realidad también ha demostrado que en la decena de municipios donde gobiernan, en general los ciudadanos viven contentos, los alcaldes lo hacen tan bien como saben y los vecinos, a lo sumo, se han tenido que acostumbra­r a que cuando les visita un diputado barrigón y con un palmo de bigote se tienen que dirigir a él como “señora diputada”. Cosas peores se han visto, deben de pensar los viejos del lugar.

En resumen, que argumentos éticos y estéticos aparte, da la impresión de que la política de los cordones sanitarios es marcadamen­te ineficaz y tramposa, porque en general se aplica sobre todo con quienes piensan diferente o simplement­e contra quienes ponen en peligro la conservaci­ón de la silla. Por citar un último ejemplo, contémplen­se los discursos de ERC y de Juntsxcat, que hacen compatible reivindica­r en el Parlament un cordón sanitario contra “los partidos del bloque del 155” con pactar tantas alcaldías como pueden con los de Iceta. Que la cosa es grotesca lo confirma que muchos cuadros independen­tistas ya admiten en privado que segurament­e si Rajoy hubiera tomado alguna medida jurídico-administra­tiva al día siguiente de las leyes del 6 y 7 de septiembre ahora no tendríamos a nadie en la cárcel ni refugiado en Bélgica. Así pues, cuperos, voxistas y extremista­s de diferente pelaje, bienvenido­s seáis a gobernar. Por los hechos seréis juzgados y votados (o no).

Cuando los antisistem­a dejan la torre de marfil y se enfangan en gobernar,

tienden a centrarse

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LUCA PIERGIOVAN­NI / EFE
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