El mejor consejero del rey Juan Carlos
JOSÉ JOAQUÍN PUIG DE LA BELLACASA Diplomático (1931-2021)
En la foto histórica de la proclamación de Juan Carlos I, el 22 de noviembre de 1975, detrás figura el diplomático José Joaquín Puig de la Bellacasa. Trabajaba entonces en la Zarzuela y fue él el artífice del discurso que se oyó en las Cortes franquistas y con el que el nuevo rey se presentó al mundo. El viejo diplomático, de raíces catalanas y vascas, el hombre que siempre fue leal a la monarquía, a pesar de que con los años el rey Juan Carlos no estuvo a la altura de su leal servidor, murió ayer en Madrid a punto de cumplir 90 años.
José Joaquín Puig de la Bellacasa era, sobre todo, un servidor del Estado. Sus convicciones monárquicas le hicieron opositor al franquismo y fue, como muchos liberales, un hombre de profundo ideario democrático que, desde dentro del sistema, con su actitud y su trabajo a favor de una monarquía parlamentaria ayudó a la transición. A mediados de los cincuenta del pasado siglo, tras licenciarse en Derecho, ingresó en la carrera diplomática integrándose en el equipo del entonces ministro de Exteriores Fernando María Castiella. Paralelamente se integró en las Juventudes Monárquicas que comandaba Joaquín Satrústegui, quien propugnaba la restauración dinástica en la figura de Juan de Borbón.
En 1974 entró en la Zarzuela como secretario particular del entonces príncipe Juan Carlos y fue el redactor de su discurso de proclamación. Sus discrepancias con el secretario general de la Casa del Rey, el posteriormente golpista Alfonso Armada, le hicieron dejar al rey Juan Carlos en 1976. Fue embajador en la Santa Sede, hasta que en 1983 fue destinado a la embajada en el Reino Unido. Su misión era recomponer las relaciones entre la casa real española y la británica empañadas, en lo institucional, por la ausencia de Juan Carlos y Sofía en la boda de los príncipes de Gales debido a la decisión del gobierno británico de que Carlos y Diana empezaran su luna de miel en Gibraltar. Él fue el artífice de la estancia de los príncipes de Gales en Marivent; preparó la primera visita de Estado de Juan Carlos y Sofía a Gran Bretaña, en 1986, y fue el anfitrión de la cena que, en la embajada de España, el rey Juan Carlos ofreció a su “prima Lilibet”. Dos años después, en 1988, organizó la visita de Estado de Isabel II a España.
En enero de 1990, regresó a la Zarzuela como secretario general de la Casa del Rey. Solo duró once meses. Aquel verano, Puig de la Bellacasa tuvo un enfrentamiento con el rey Juan Carlos, a quien le recriminó una aventura galante. El hombre llamado a ser el sustituto de Sabino Fernández Campo fue cesado por querer proteger al entonces Rey de sus propias debilidades. Hombre íntegro, no renegó de sus principios morales, pero, como leal súbdito de Su Majestad aceptó su despido y su nuevo destino como embajador en Portugal.
Nunca, a diferencia de Fernández Campo, fue un resentido. Únicamente se dolía de que, sin un buen consejero, el anterior jefe del Estado pudiera perderse por sus debilidades como hombre. La historia le ha dado la razón y todos los que admiraron su temple y honestidad están convencidos de que, con él al lado, el rey Juan Carlos aún estaría en la Zarzuela. Su esposa, Paz Aznar, sus seis hijos y numerosos nietos lloran ahora a un hombre bueno, íntegro y sabio, ejemplo de servidor del Estado.
Puig de la Bellacasa fue el autor del discurso de Juan Carlos I el día de su proclamación como Rey en las Cortes