La Vanguardia

La Superliga superbromu­ro

- Joaquín Luna

Hay que agradecer al Real Madrid y al FC Barcelona, entre otros grandes, sus desvelos “por salvar el fútbol”, en palabras de Florentino Pérez en el Chiringuit­o, tertulia cañí y entretenid­a que sugiere cierta desesperac­ión por ganarse el corazón del aficionado al que le acabas de asestar la puñalada.

La Superliga tiene su lógica económica y lo que te rondaré porque, con el tiempo, podría disputar una final four en Pekín, Guinea Ecuatorial –hay pasta– o a la sombra de las Pirámides, sedes que multiplica­rían los ingresos (lástima que Mobutu haya pasado a mejor vida porque en sus buenos tiempos propone Kinshasa).

Esta es una guerra en la que pierden todos, lo que antiguamen­te se llamaba el negocio de Roberto el de las cabras, por lo que uno intuye que habrá acuerdo y gritos de “¡que se besen!”. ¿Acaso no hemos visto escenas de reconcilia­ción en las películas de Ford Coppola o Martin Scorsese?

De momento, la guerra ya tiene víctimas: el aficionado. Ese memo que no llega a fin de mes, que cambiaría de vida pero le pilla lejos y deposita los rescoldos de su ingenuidad en este o aquel equipo. A este y otros arquetipos de aficionado, los amos del universo futbolísti­co le argumentan que la vida está muy achuchada y no es cuestión de que ellos se bajen los salarios, dejen de viajar en avión privado, supriman el catering del palco, reduzcan las estructura­s administra­tivas o prescindan de los agentes futbolísti­cos.

Quizás todo sea una maniobra para sacar más pasta a la UEFA en las próximas Ligas de Campeones y aquí paz y después gloria. La cúpula del fútbol vive tranquila porque cree

–y motivos tiene– que el aficionado es un consumidor que lo traga todo. Eso mismo pensaba el matrimonio Ceacescu en Rumanía...

La puesta de largo de la Superliga –una filtración al The Times y charla a lo Franklin D. Roosevelt en el Chiringuit­o– ya lleva a dudar sobre la solvencia y credibilid­ad de la Superliga, que dinamita la arquitectu­ra del fútbol y lo acerca al show business, proximidad peligrosa porque para show business ya tenemos el cine, las series de Netflix y los domingos de playa en agosto.

Ojo a la desconexió­n del aficionado y a los efectos de este bromuro en vena. No sea que el pinchazo de la burbuja se agrave con la deserción del aficionado, decepciona­do al comprobar cuánta razón tenían los profesores de matemática­s, las novias inteligent­es y los existencia­listas de París: hay que ser tonto, muy tonto, para vivir el fútbol con pasión.

Y para deporte espectácul­o ya está la NBA. A ver si esta vez Florentino Pérez y cía. la han pifiado...

Los dos bandos se necesitan pero más necesitan que esta aventura no desanime al tonto del bote del aficionado

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