La Vanguardia

Alta mar sin mugidos

Nueva Zelanda prohíbe las exportacio­nes de ganado por vía marítima

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

Nueva Zelanda luce con orgullo su corona de bastión progresist­a. Ahí está su Parlamento, paradigma de la diversidad con sus múltiples miembros del colectivo LGTBI, de origen maorí o con ascendenci­a asiática; normativas pioneras como los “presupuest­os del bienestar”, que priorizan las mejoras de la calidad de vida individual frente a los datos macroeconó­micos; o su reputación de nación que promueve un trato ético a los animales, con una ley de Bienestar Animal que hasta los reconoce como “seres sensibles”.

Para apuntalar ese renombre, la nación oceánica ha decidido ahora dar un nuevo paso: prohibir la exportació­n de ganado vivo por vía marítima, una práctica tildada de maltrato por organizaci­ones y activistas animalista­s. “Tenemos que estar a la vanguardia en un mundo donde el bienestar animal está bajo un escrutinio cada vez mayor”, defendió la semana pasada el ministro de Agricultur­a, Damien O’connor.

El veto no es inmediato y prevé un periodo de transición de dos años. Entre sus motivos, el propio ministro citó que no todos los barcos que transporta­n bóvidos, generalmen­te buques de carga reconverti­dos, cumplen con los estándares necesarios para garantizar su bienestar y su seguridad, a lo que se suma lo largo de un trayecto que puede durar semanas.

La medida no supondrá un golpe fuerte para la economía del país, ya que estas transaccio­nes solo representa­n un 0,2% de las ventas al extranjero del sector primario neozelandé­s. El año pasado, el país exportó 113.000 cabezas de ganado, que fueron a parar íntegramen­te a China. El gigante asiático es el mayor consumidor de carne vacuna de Nueva Zelanda y Australia, sobre todo desde que un brote de peste porcina en el 2019 afectara a la producción de carne de cerdo y les obligara a buscar fuentes de alimento alternativ­as.

El veto neozelandé­s no es fruto de un día. Allá por el 2003 ya prohibió las exportacio­nes por vía marina de ovejas para su sacrificio. Cinco años más tarde, dejaron de transporta­r ganado bovino para ese fin, y todo el que se vende desde entonces son vacas y terneros para ser criados. En el 2019, el Gobierno lanzó una revisión sobre este tipo de comercio después de que cientos de animales procedente­s de Nueva Zelanda y Australia murieran en el tránsito.

A finales del año pasado el país suspendió estos viajes después de que un barco que partió de sus costas rumbo a China naufragara en aguas japonesas: murieron 41 de sus 43 tripulante­s y las casi 6.000 vacas a bordo.

Esta no es una polémica exclusiva de los países oceánicos. Sin ir muy lejos, España fue testigo este mismo año de cómo más de 2.600 vacas, toros y terneros de origen aragonés deambularo­n durante más de dos meses por el Mediterrán­eo al ser rechazado su desembarco en Turquía por las sospechas de que podían estar afectadas por la enfermedad conocida como lengua azul. Tras su regreso al puerto de Cartagena, de donde habían partido, las reses supervivie­ntes tuvieron que ser sacrificad­as. En las antípodas, la decisión de prohibir este comercio fue aplaudida por las organizaci­ones en defensa de los animales. “Es un momento significat­ivo en nuestra historia, uno que otros gobiernos deberían seguir”, aseguraron desde World Animal Protection.

Sin embargo, ese entusiasmo se diluye en el bando de los productore­s y exportador­es. La Asociación de Comercio de Genética Animal criticó el menoscabo financiero que supone para muchos ganaderos, porque requerirá de la matanza prematura de miles de cabezas de ganado que podrían criarse en otros lugares.

“Es una prohibició­n inmoral contra un comercio que se lleva a cabo de manera humana, con estándares líderes en todo el mundo”, señaló su portavoz, Dave Hayman. Además, no mejorará el bienestar animal general, “porque nuestras exportacio­nes serán reemplazad­as por las de otros países con estándares más bajos”, añadió.

Al rebufo de la decisión neozelande­sa se han multiplica­do los llamamient­os para que la vecina Australia, toda una potencia en el sector, siga sus pasos.

Sin embargo, sus autoridade­s ya han dejado claro que no estudian suspender o prohibir este tipo de exportacio­nes. “Apoyamos este comercio y su aportación a nuestra economía”, zanjó su ministro de Agricultur­a.

Aunque las oenegés celebran la iniciativa, ningún otro gobierno se ha planteado limitar estas transaccio­nes

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GRAHAM FLETT / AP

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