La izquierda intenta levantar cabeza
Desde que empezó la epidemia, ha habido una línea constante en los sondeos: con ligeras oscilaciones mensuales, los ciudadanos han valorado más positivamente el papel de las administraciones más próximas. Primero, los ayuntamientos, después, las comunidades autónomas, después, el Gobierno central, y en cuarto lugar, la Comunidad Europea.
Los ayuntamientos han hecho lo que han podido y así lo reconoce la ciudadanía en las encuestas. El Gobierno central decretó el estado de alarma y el jefe del Ejecutivo personalizó –demasiado– la gestión de los días más terribles. Las autonomías eran llamadas a consulta los domingos y seguían las indicaciones del Gobierno con matizaciones y protestas, especialmente intensa en los casos de Madrid y Catalunya. Pese a su antagonismo ideológico, Isabel Díaz Ayuso y Joaquim Torra coincidieron en una política de choque frontal con Pedro Sánchez. Ayuso tenía en mente unas elecciones a mitad de mandato y empezó a preparar el terreno desde el primer día. Torra, también tenía en mente unas elecciones en las que no sería candidato y no quería pasar a la historia como un vulgar “autonomista”. Tomaba notas para un dietario para el Sant Jordi del 2021.
En ese periodo de tiempo, las autonomías siempre han obtenido mejor nota que el Gobierno central, pero hubo baches importantes en Catalunya y Madrid. En octubre del 2020, con el rebrote de los contagios después del verano, solo el 20% de los madrileños aprobaban la gestión de la Comunidad de Madrid. De haberse convocado elecciones autonómicas en aquel momento, el Partido Popular habría pasado a la oposición.
El Gobierno central impuso el estado de alarma en Madrid y en ese momento Díaz Ayuso empezó a remontar, utilizando bien el mecanismo victimista. Comenzó a anidar en sectores de la opinión madrileña un sentimiento de agravio. Empezó a hablarse de “madrileñofobia”. Ahí empezó a producirse el giro. Seis meses después, el equipo de Díaz Ayuso parece haberle dado totalmente la vuelta a la situación. En octubre del año pasado aún no había luz en el túnel. En abril del 2021, la gente está esperando ansiosamente a que llegue el verano para pasar página.
Hay un fuerte deseo de volver a vivir la vida y ese es el gran telón de fondo de las elecciones que se van a celebrar el 4 de mayo en Madrid. La derecha madrileña, con severos problemas de gestión a sus espaldas, ha captado bien el momento psicológico. La izquierda, con todas sus razones y sus datos a cuestas, corre el riesgo de comparecer como la fracción triste después de un año extenuante. El debate de anoche no modificó sustancialmente esas coordenadas.
Todos en su papel. Díaz Ayuso, siempre fiera, quedó descolocada en algunos momentos, con contraplanos que no le favorecían. Mónica García, elocuente y muy batalladora. Pablo Iglesias, bien documentado, dueño del cara a cara. Rocío Monasterio , la más agresiva, arañó los votos que necesita Vox para superar el 5%. Ángel Gabilondo, metafísico en una campaña campal, movió la propuesta del PSOE un poco más a la izquierda –pidió el apoyo de Unidas Podemos–, sin desdecirse de su inicial excursión al centro, un lugar en estos momentos solo habitado por el voluntarioso Edmundo Bal.
Díaz Ayuso aguanta el chaparrón y Gabilondo, voluntarioso, tiende la mano a Iglesias