La Vanguardia

La superliga de la ópera

- Maricel Chavarría

La polémica vende y hay que ganarse el pan. Por ejemplo, el guapo y deseado tenor Jonas Kaufmann ha lanzado un tuit alarmante en el que dice que, en su opinión, las bellas melodías de Wagner deberían cantarse al estilo belcantist­a, esto es, con belleza de timbre y virtuosism­o vocal. Si habláramos de fútbol, no haría falta explicació­n, todo el mundo entendería la diferencia entre juego físico y tiqui-taca. En la ópera es algo similar: para parte de la afición el tenor tiene razón, cantar Wagner no es estar todo el rato en modo Valquiria, pero para los puristas el dulce Lohengrin que interpreta Kaufmann es un invento vocal que amaga deficienci­as técnicas. Sea como fuere, el alemán sabe lo que hace al agitar el aletargado ambiente pandémico.

Porque esta crisis ha supuesto cambios en el tablero de la comunicaci­ón. Y sin dejar el símil lírico-futbolísti­co, Barcelona y Madrid tienen hoy las dos grandes casas de ópera abiertas: el mundo las mira, es momento de posicionar su marca. Y es posible que la afición sienta que el Liceu –como el Barça– ha ganado esta semana la copa mediática a cuenta de la presencia del flamante director de la Ópera de París, Gustavo Dudamel, dirigiendo Otello. Pero también es cierto que no hay quien supere al Teatro Real en la liga comunicati­va mundial al disfrutar Madrid de un altavoz brutal como el de Díaz Ayuso al grito de libertad y es la economía, estúpidos.

Tras el original escaparate planetario que supuso el Concierto del Bioceno el pasado verano, el Gran Teatre del Liceu ha sido en esta pandemia víctima y reflejo de una Barcelona apagada que no saca partido de su personalid­ad ni esconde ya las graves consecuenc­ias de la masiva fuga de empresas. Y ahí es urgente recuperar una labor de fondo con los medios internacio­nales. Estrategia­s que hasta el señor Kaufmann pone en práctica desde su Instagram.

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