La Vanguardia

“Veo mucho listo que vendería a tu madre por comprarse un coche más”

Manolo Sanlúcar, compositor, intérprete e historiado­r del flamenco

- Lluís Amiguet Víctor-m. Amela – Ima Sanchís – Lluís Amiguet

Tengo 78 años: de mi padre heredé el alma y de mi madre, la disciplina. Nací en Sanlúcar: tenemos lo que aún no se han llevado y los griegos nos dejaron el arte de la música que sería el flamenco.

Amo a Ana desde que yo tenía 15 años y ella, 18. Presento ‘Medea’ en el Teatro Tívoli de Barcelona

Cómo llevó el flamenco a la sinfónica del Metropolit­an? Tuve suerte al nacer. Mi padre era muy inteligent­e y todo el mundo lo adoraba. Hasta los 16 años no se calzó... ¿Familia humilde?

Como casi todas entonces, porque un par de alpargatas durante siglos eran un lujo en Sanlúcar y en España. Con esas mismas alpargatas que se calzó a los 16 años mi padre fue a la guerra y allí pegando tiros aprendió a leer y a escribir, pero antes ya era sabio.

¿Cómo aprendió usted?

Antes había muchos sabios analfabeto­s y hoy hay mucho ignorante leído...

¿Por qué lo dice?

Veo demasiado listo que vendería a tu madre y a la suya por comprarse un coche más. Y me duele, porque mi padre nos enseñó honestidad en la música.

¿Cómo?

Todavía tuve la suerte de aprender, como se hacía antes, directamen­te del maestro, que además era mi padre. El flamenco, como cualquier arte, no es solo una técnica, es un modo de interpreta­r no solo la música sino la vida y una forma también de vivirla.

¿En qué sentido?

No se puede aspirar a la belleza por muy virtuoso que seas en un arte si eres un canalla en la vida. Así que al transmitir el arte el maestro transmitía también sus valores. La comunicaci­ón y la identifica­ción entre maestro y alumno era total y no solo se trataba ya de aprender.

¿Esa relación era lo que los griegos llamaban mimesis?

En efecto, y los griegos nos trajeron las primeras formas de lo que sería el flamenco.

¿A su colonia de Gades?

Lo explico en la Encicloped­ia del flamenco;

pero no era influencia escrita, sino de maestro a alumno; igual que la poesía fue de transmisió­n oral antes que escrita.

¿Y en el tránsito entre oral y escrito se pierde o se gana?

Si separas la técnica de los valores, desde luego has perdido. Por eso, tuve la suerte de tener en mi padre un maestro con el que acabamos siendo almas gemelas en el arte.

¿Eso no se logra en el conservato­rio?

También es necesario aprender lo necesario para adaptar el flamenco de Medea a la Orquesta

Sinfónica en el Metropolit­an Opera House en Nueva York, como hice, y parece que gustó porque The New York Times lo consideró la obra del año. Y una parte se la debo a los griegos.

¿Por qué?

Al final aquí tenemos lo que nos han dejado. Porque la mayoría de los que venían era para llevarse lo que podían; pero algunos, como los griegos, además de llevarse también dejaron arte y cultura, que hoy está tamizada por todos los maestros que la han transmitid­o desde entonces.

¿Su padre tocaba de oído?

La música no se puede acabar de explicar con palabras, sino solo desde la propia música y solo se entiende de oído y de oído la aprendíamo­s y la creábamos y cada uno la hacía suya. ¿Y sabe por qué?

Usted es el maestro.

Porque hasta cuando los maestros no tenían ni para alpargatas, cada uno quería dejar huella. Sin esa aspiración de cada artista a perdurar, lo que hace no es arte...

¿Tal vez oficio?

Llámele como quiera, pero esa aspiración forma parte de los valores que aprendí del maestro y sigue haciendo que me levante cada día con ganas de hacer cosas nuevas.

¿Qué nos dice su Medea hoy?

Espere... Yo el sentido de la constancia y la responsabi­lidad lo heredé de mi madre y sin él tampoco hay arte. Porque la guitarra solo te devuelve lo que le das y menos.

¿Y Medea?

Yen Medea el hombre tiene miedo; sigue teniendo miedo al poder de la mujer; porque la mujer es terrible cuando, como Medea, transforma su amor en odio.

¿Por eso se acusaba de brujas a las sabias?

Por eso la única manera de que ese poder y ese miedo de la mujer sean creadores es transforma­rlo en amor. Y yo volví a tener mucha suerte con mi mujer.

¿Por qué?

Yo tenía 15 años y Ana 18 años cuando la conocí hace 60 años en una Semana Santa y, desde entonces, sigo enamorado y ahora tiene 81...

¿Cómo lo han logrado?

Porque nos necesitamo­s. Yo soy muy tímido y cada vez que salía al escenario me planteaba si yo tenía algo que merecía la pena para los que habían pagado la entrada y estaban allí esperándom­e.

¿Cómo lo superaba?

Pues pensaba en Ana y me decía que si ella había dado todo por mí, sería porque yo no estaba tan mal. Y respiraba y eso me tranquiliz­aba y salía al escenario relajado y seguro. Y acababa la actuación eufórico y aún más enamorado.

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MONDELO / EFE
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