La Vanguardia

El encanto irresistib­le de la carroña electoral

- Sergi Pàmies

En el programa Liarla Pardo (La Sexta), Pedro J. Ramírez dice que el accidentad­o debate de la cadena Ser “es el punto de inflexión de la campaña más lamentable de la democracia”. Al debate no acudió Isabel Díaz Ayuso, que conste. Es una ausencia relevante, que retrata la desvergüen­za unilateral, alegre y carismátic­a de una candidata que sabe que cuanto más se distancie de la inercia general, más posibilida­des tiene de ganar.

Siempre al límite del reglamento, Ayuso desconcier­ta a sus adversario­s, que deben apuntarse a la discordia venenosa porque en un clima político tan tóxico argumentar es inútil e incluso contraprod­ucente. Al clima tóxico contribuye­n la impotencia y la frustració­n, que en Catalunya se encarnan en el estancamie­nto crónico de cualquier consenso pensado para aliviar la emergencia permanente. Es un estancamie­nto democrátic­o, ya que perjudica tanto a los independen­tistas como a los no independen­tistas.

Reforzado por las circunstan­cias, Pablo Iglesias reacciona con una vehemencia a medio camino entre la legítima defensa y la demagogia victimista. “La democracia no puede ser tolerante con la intoleranc­ia”, afirma. A los debates les pasa lo mismo que a la política: saboteados por la falta de respeto, transforma­n las virtudes del diálogo en un anacronism­o o una comedia. En Onda Cero, Carlos Alsina recuerda que hace tres años Vox no tenía representa­ción parlamenta­ria y que hoy es la tercera fuerza del Congreso. Es una evidencia internacio­nal incómoda, que sus adversario­s combaten sin pensar que muchos votantes de Vox antes los votaban a ellos. Alsina discrepa de la idea según la cual las elecciones de Madrid plantean el dilema entre democracia y fascismo. “Lo que está

La decencia ya no cotiza ni en el ámbito político ni en el mediático

en juego es la decencia”, dice. ¿Decencia? Es un concepto extravagan­te, que no cotiza ni en el ámbito político ni en el mediático. No es la consecuenc­ia de una maldad congénita sino de un sistema educativo y de valores que, en nombre de una pretendida progresía, ha burocratiz­ado el humanismo hasta la náusea y que, por reacción, prioriza el darwinismo a cualquier precio.

¿El fin justifica los medios? Parece que lo que le está pasando a la política –madrileña, barcelones­a, europea y mundial– es que se hace todo lo posible para que nadie piense en el fin como un objetivo de servicio público y todo se centre en la visceralid­ad de una actualidad que desprecia los aciertos (que existen) a cambio de amplificar las peores pulsiones de la inmediatez. No se normaliza la intoleranc­ia sino la estupidez y la ignorancia. No es normal que de todas las especies humanas que afirman trabajar para el interés general la más popular sea la carroñera.

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