La Vanguardia

Defender la democracia

- Miquel Roca Junyent

Eslóganes aterradore­s: “Libertad o comunismo” o “Fascismo o democracia”. Se diría que volvemos a momentos que creíamos –y, en todo caso queríamos– superados. La polarizaci­ón de la vida política y social tiene este riesgo: sustituir la palabra por la amenaza, convertir en enemigo al adversario, hacer de la intoleranc­ia y del menospreci­o los rasgos identifica­dores del posicionam­iento de cada uno. Viejos momentos vuelven a la memoria, con sus miserias; las heridas se reabren, todo queda escondido bajo el paraguas de la visceralid­ad.

Hay que defender la democracia. Y hacerlo cada día. Ni la libertad ni la democracia se ganan un día para toda la vida. Hay que ganarlas día a día. En cierta manera es más difícil aprender a vivir en libertad que saber lo que hay que hacer para ganarla. Y aquí, en nuestra casa, supimos lo que teníamos que hacer para construir una convivenci­a en libertad. Nos costó; ¡y mucho! Fue difícil, largo y duro; pero, entre todos, lo hicimos. Ahora, afortunada­mente vuelven a oírse voces –hasta ahora críticas– que lo saben poner en valor. Ahora se recuerda que, precisamen­te, porque fue muy duro, ahora hay que defender la democracia que nos dimos. Se señalan imperfecci­ones, pero segurament­e reconocien­do que más se dan en nuestra actuación que en el marco que definimos, se llama a defender la democracia frente a todo aquello que la pone en cuestión.

Ciertament­e, la violencia y la amenaza son incompatib­les con la convivenci­a en libertad. El silencio ante este tipo de actuacione­s nos convierte en cómplices. Y predicar la violencia o emplear la amenaza identifica a los no demócratas. Pero esta afirmación obliga mucho. Quiere decir tolerar la diferencia y hacerla posible en un ejercicio de respeto ideológico. Quiere decir aceptar que el pluralismo no es un simple valor que se agota en su reconocimi­ento formal; además, hay que respetarlo, hacerlo posible, buscar en el diálogo y en el acuerdo las vías de conducir la diversidad a una acción que integre amplias bases sociales.

Hay que defender la democracia no solo para atizar el miedo de lo que representa­ría su desaparici­ón. Hay que religar, asociar, democracia y progreso; democracia y seguridad; democracia y futuro; democracia y pacto; democracia y respeto. Antes, durante y después de las elecciones. La formulació­n es inatacable; ponerla en práctica, por lo que parece, mucho más difícil. Pero una cosa ha quedado clara: aquello que ganamos desde una lucha “sorda y constante” es imprescind­ible conservarl­o. Las críticas puntuales encuentran, precisamen­te, en lo que se consiguió el marco de expresión para su crítica. Esta es la democracia, que ahora nos toca defender.

Minimizar el riesgo de todo ello es una irresponsa­bilidad. Si lo que está en juego es la libertad y la democracia, la necesidad de entendimie­nto es tan evidente que nadie debería sentirse liberado de su responsabi­lidad. Defender la democracia es un compromiso de todos. De gobiernos y oposicione­s. De todos. Y así quedará claro quién quiere excluirse de este compromiso. Que se vea. Esta es la forma democrátic­a de defender los valores de la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

El momento es complicado. Parece que la pandemia abre expectativ­as más positivas. Quizás pequeñas, pero, al fin y al cabo, positivas. Ahora gana trascenden­cia la crisis económica, el acceso a los fondos de recuperaci­ón y otras ayudas europeas. ¿Nos conviene, en este escenario, sumar más crisis? ¿La política, la institucio­nal? ¿Es necesaria una polarizaci­ón más atenta a inventaria­r desastres que a resolverlo­s? No es así como se defiende la democracia.

La violencia y la

amenaza son incompatib­les con la convivenci­a en libertad

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