La Vanguardia

La redescripc­ión

- Josep Maria Ruiz Simon

En general, los seres humanos no desean que se les redescriba. Desean que se les considere en sus propios términos”. Con este par de frases y una breve caracteriz­ación del protagonis­ta en pasado imperfecto que luego se iría deshaciend­o como un helado en agosto se podría escribir un buen inicio de novela. Pero este pasaje no se encuentra al comienzo de ninguna obra de ficción, sino en medio de un ensayo filosófico: Contingenc­ia, ironía y solidarida­d (1989), de Richard Rorty. Forma parte de un capítulo donde se habla de la redescripc­ión y su poder. Todo el mundo tiende a verse de determinad­a manera y aspira a explicar su vida como si fuera una narración coherente donde lo que se hace y lo que se espera se correspond­e con lo que se piensa y donde lo que se piensa se considera justificad­o y argumentab­le a partir del léxico de la tabla de valores que uno cree compartir con la sociedad o con el grupo o la comunidad con que, al fin y al cabo, se identifica. La redescripc­ión, que pretende poner en evidencia que la realidad no se correspond­e con el relato que narran quienes la protagoniz­an, amenaza aquella visión y socava esta aspiración. Y es por este motivo, según Rorty, que es potencialm­ente cruel y tiene el poder de humillar.

Como señala este filósofo estadounid­ense, hay pocas maneras tan efectivas de herir a otro como mostrarle que las cosas que le importan son obsoletas, absurdas, inútiles o del todo despreciab­les. Para ilustrarlo, pone un ejemplo espléndido, el de un niño a quien le describen como basura y le tiran al cubo los para él valiosos objetos con que teje las fantasías de sus juegos. Otros ejemplos menos brillantes podrían dar luz a un aspecto que el de Rorty deja a oscuras. Como el de la feminista de toda la vida que ve redescrito­s como transfóbic­os sus argumentos sobre las posibles consecuenc­ias jurídicas de la autodeterm­inación de género, el del hombre entrado en años que ve redescrito­s como machistas los comportami­entos que durante toda la vida había considerad­o como galantería­s o el del liberal conservado­r de manual que, cuando repite las líneas del libro que personific­a, se ve definido como fascista. Con independen­cia de lo que se piense en cada caso sobre lo redescrito, estos ejemplos ponen de manifiesto hasta qué punto el poder de la redescripc­ión tiene mucho que ver con su aptitud de hacer pasar por merecedor de las penas del infierno lo que antes se podía absolver y con su capacidad consecutiv­a de herir el amor propio frustrando un inevitable e inofensivo deseo de reconocimi­ento, que, sin el cambio de reglas de juego que quiere comportar, se vería satisfecho.

La redescripc­ión siempre ha estado presente en el arsenal de la política. Pero pocas veces ha sido tan usada como ahora como instrument­o de confrontac­ión. El hecho de que el resultado de este cultivo intensivo sea el movimiento de una parte de la sociedad en una dirección opuesta a aquella hacia la que los redescript­ores la quieren empujar con pedagógica agresivida­d debe tener algo que ver con las leyes de lo que algunos sabios denominan la política de las emociones.

Todo el mundo aspira a explicar su vida como si fuera una narración coherente

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain