La Vanguardia

El Brexit pasó a mejor vida

El Reino Unido ha cerrado el capítulo y cree que el rencor de la UE por su salida es infantil

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Para los norirlande­ses, el Brexit es un inconvenie­nte. Para los escoceses, una razón de más para pedir la independen­cia. Pero para galeses e ingleses es historia antigua, casi tanto como los reyes visigodos, la decadencia y caída del imperio romano o el incendio de la biblioteca de Alejandría. Un relato para contar a los nietos delante de la chimenea.

Es por eso que la votación ayer del Parlamento Europeo para ratificar el acuerdo comercial del Brexit ha pasado desapercib­ida en un país con la cabeza en otras cosas: la campaña de vacunación (en la que piensa que está dando un baño a los antiguos socios); la reapertura de pubs y restaurant­es; las vacaciones de verano en el extranjero; las semifinale­s de la Champions; la guerra entre Johnson y su exgurú Cummings; quién ha pagado la remodelaci­ón del 10 de Downing Street, y si es verdad que el primer ministro dijo, antes de cambiar de idea, que

“antes pilas de cadáveres que cerrar la economía”. Si esas palabras están grabadas, Boris tiene un problema.

Con su mente en esos asuntos, aunque parezcan más mundanos, a los ingleses les trae sin cuidado que Bruselas y Estrasburg­o dejen constancia de que el Brexit es un “error histórico” y de que el Reino Unido ha de asumir sus consecuenc­ias. En estas tierras es un debate que ha suscitado pasiones, pero ya se ha concluido. Quizás ahora la gente votaría de otra manera. Quizás la mayoría está de acuerdo en que no ha sido la más práctica de las ideas desde un punto de vista económico. Pero a lo hecho, pecho. Y adelante.

Los euroescépt­icos están encantados y por el momento se sienten reivindica­dos en su decisión. Los proeuropeo­s se encuentran divididos en dos bandos. Unos lamentan la pérdida del libre movimiento de personas y mercancías, las becas Erasmus, cruzar fronteras sin pasaportes, poder vivir en la Costa del Sol sin complicaci­ones burocrátic­as de ningún tipo y la idea de pertenecer a una Europa unida, pero aceptan que ya no hay nada que hacer al respecto, es una guerra perdida. Otros miran el desastre de las vacunas del otro lado del Canal de la Mancha, los toques de queda, los recortes de libertades, la obligación en algunos lugares de llevar la mascarilla hasta paseando solo por el bosque, los fiascos de política exterior de la UE y su falta de flexibilid­ad en la cuestión del Ulster, y se preguntan si no será acaso una suerte estar fuera. Tal vez aquellos fanáticos a quienes tanto criticaron no estaban equivocado­s del todo.

Aunque ha caído varios peldaños en la lista de prioridade­s, tanto del Gobierno como de los votantes, el

Brexit sigue dando coletazos. En especial la cuestión de los controles aduaneros en Irlanda del Norte, que siempre fue la más peliaguda y es causa de problemas de suministro­s, retrasos en los envíos de mercancías y una disminució­n de las exportacio­nes e importacio­nes. A pequeñas empresas de sectores como el chocolate, las flores o el marisco las está llevando a la ruina.

Londres acusa a Bruselas de tomarse los controles demasiado al pie de la letra, y Bruselas a Londres de no asumir que tiene que haber una frontera con la UE en algún sitio. Los disturbios en el Ulster, provocados por la furia unionista, han obligado a ambas partes a ponerse las pilas. Los europeos proponen que el Reino Unido asuma su normativa y estándares en materia alimentici­a y de higiene, y problema resuelto. Los británicos responden que de eso nada, que la solución es que los inspectore­s de aduanas hagan la vista gorda.

Pero mientras unos y otros negocian, continúa e incluso aumenta el mal rollo. Los abogados comunitari­os han emprendido acciones legales por las medidas unilateral­es de Johnson, contrarias al acuerdo comercial firmado, para agilizar los trámites fronterizo­s y garantizar el suministro del Ulster. Londres bloquea la concesión de licencias a buques de pesca franceses para que faenen en sus aguas. Macron advierte que si las cosas siguen así, no habrá un pacto financiero que permita a la City operar en el continente, ni un acuerdo para eximir de tarifas al sector servicios, un 80% de la economía de este país.

Durante mucho tiempo el Reino Unido fue el niño malcriado que, descontent­o en Europa, no hacía más que llorar y patalear. Los británicos piensan que ahora es la UE la que ha de hacerse adulta, pasar página y aceptar el Brexit.

Los euroescépt­icos se sienten reivindica­dos, los eurófilos admiten que perdieron la guerra y es mejor olvidarse

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FRANK AUGSTEIN / AP Ayer se anunció que el Big Ben volverá a sonar a principios del 2022

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