La Vanguardia

Y Madrid no quería autonomía

- Joaquín Luna

“Que por algo se dice: ¡De Madrid al cielo!”. Así termina el peculiar himno de la Comunidad de Madrid, “que cuando suena en los actos oficiales –pocas veces– provoca siempre desconcier­to. Las caras siempre son las de decirse: ¿y esta música qué es?”, señala una fuente de la Asamblea de Madrid, el singular Parlamento de la más singular comunidad autónoma de España, ubicado por aquello de la cohesión territoria­l en Vallecas y antítesis de los incontable­s edificios históricos o palaciegos de la administra­ción en Madrid.

La autonomía de Madrid empezó caricature­sca, casi un chiste –Castilla-la Mancha les denegó la entrada, el llamado “portazo manchego” a finales de los setenta por temor a un caballo de Troya–, y culminará con la constituci­ón del Parlamento autonómico más numeroso (136 escaños, uno más que Catalunya, por el crecimient­o demográfic­o), el 8 de junio a las 10 horas, la fecha fijada para el inicio de la legislatur­a resultante de las elecciones del 4 de mayo.

Ni los madrileños ni su alcalde, Enrique Tierno Galván, reclamaban a fines de los setenta una autonomía como la del País Vasco, Galicia o Catalunya. El profesor escribió que era una “autonomía redundante”, dada la capitalida­d estatal y su concentrac­ión de poderes.

La sede de la Asamblea de Madrid transmite ese pecado original. Todo el apabullant­e patrimonio inmobiliar­io de Madrid fue insuficien­te para dar con un edificio adecuado para albergar la autonomía, cuya Asamblea legislativ­a se estrenó en el Caserón de San Bernardo, entre 1983 y 1998, año de la inauguraci­ón de la sede actual, en el Puente de Vallecas, deliberada­mente “transparen­te”, obra de los arquitecto­s Ramón Valls y Juan Blasco.

Aún hoy, la autonomía de Madrid puede ser tomada a broma, como en sus inicios, cuando hubo que improvisar un himno con letra, una bandera con sus estrellas y algún argumento más o menos histórico. La letra fue encargada por Joaquín Leguina, el primer presidente autonómico, a un sabio llamado Agustín García-calvo a cambio de una peseta simbólica. El estatuto de autonomía de 1983 pasaba de puntillas sobre la personalid­ad de Madrid y hasta su reforma en 1998 no se atrevieron los legislador­es a hablar “sus peculiares caracterís­ticas sociales, económicas, históricas y administra­tivas”.

La sede está tranquila estos días, lo que permite apreciar los valiosos ramalazos artísticos del edificio: los cuadros de Genovés y Antonio López (La hora que anuncian los diarios y el deslumbran­te Madrid desde Vallecas, respectiva­mente) y el gran mural de Lorenzo Muñoz, La ciudad inacabada, que preside el hemiciclo donde, las cosas de Madrid, la bancada del ejecutivo es roja y la de los diputados azul.

Hasta hoy, la autonomía de Madrid pasaba desapercib­ida salvo para escarnio o chufla, escepticis­mo saludable que se practica en Madrid aunque el último presupuest­o anual haya superado los 20.000 millones de euros. ¿Cómo no tomarse a chufla los retratos de los presidente­s de la Asamblea exhibidos en un pasillo? Los dos primeros siguen ahí por los pelos: fueron condenados por las tarjetas black. Y frente al mismo edificio, el centro comercial donde Cristina Cifuentes hundió su reputación por cuatro cremas...

La autonomía de Madrid nació con aires de chiste en 1983 y en pocos días será la que tiene más escaños (136)

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PARTIDO POPULAR / EFE Díaz Ayuso, junto a Toni Cantó ayer martes en Alcobendas
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