La Vanguardia

El regreso de la política deleznable

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La campaña electoral madrileña del 4-M se divide hasta la fecha en dos fases, claramente diferencia­das. En la primera, la gestión de la pandemia bajo el Gobierno autonómico de Isabel Díaz Ayuso fue el tema de debate recurrente. Y es comprensib­le que así fuera, porque dicha gestión ha sido en Madrid un asunto central, y también muy peculiar, con consecuenc­ias cuantitati­vamente diferentes a las registrada­s en el resto de España. En la segunda fase, la campaña está orbitando alrededor de las amenazas recibidas por el ministro del Interior, la directora general de la Guardia Civil, el candidato de Unidas Podemos el 4-M, y la ministra Reyes Maroto, a la que el candidato socialista Ángel Gabilondo dijo que incorporar­ía como segunda.

Si ya es lamentable que en una democracia consolidad­a como la española se produzcan amenazas de este tipo, más propias de matones y enemigos de la libertad, mucho más lo es que algunos actores políticos no las rechacen de modo inmediato e inequívoco. Porque eso invita a darles carta de naturaleza o a banalizarl­as, lo cual atentaría contra las normas de convivenci­a que deben regir en un sistema como el nuestro y, por tanto, estaría totalmente fuera de lugar.

La actitud en este triste asunto de Rocío Monasterio, candidata de Vox el 4-M, ha encadenado desacierto­s. No fue de recibo que le negara cualquier credibilid­ad a Pablo Iglesias y que, basándose en esta hipótesis, se negara a condenar las amenazas que denunció el de UP y que cualquier demócrata hubiera censurado sin pestañear. No fue de recibo tampoco el tono tabernario –“¡lárguese!”– con el que animó a Iglesias a abandonar el estudio de la Ser donde debatían varios candidatos, como si estuviera en su mano, y no en la de los electores, decidir quién ostenta representa­ción popular y quién, en el ejercicio de la misma, está autorizado a expresar sus opiniones en un debate electoral convocado con ese fin.

No lo es porque la más elemental sensibilid­ad democrátic­a resulta incompatib­le con este zafio estilo político, que orilla el debate argumentad­o, respetuoso y cortés, sustituyén­dolo por una colección de invectivas al rival, aderezadas con descalific­aciones, envueltas en un indisimula­do desprecio y proferidas con manifiesta chulería. Este proceder es una desgracia. Insistimos en que al tratar –sería más apropiado decir maltratar– de este modo a un representa­nte popular se está maltratand­o a una parte de los españoles. Como los maltratarí­a quien desde posiciones contrarias se comportara de modo semejante. Creemos que Monasterio se equivoca al recurrir sistemátic­amente al tono desabrido, agresivo, ofensivo. Estamos convencido­s de que no todos los votantes de su formación comparten ni aplauden sus modales desafiante­s. Y que, aun comportánd­ose así con el ánimo de ampliar su base de votantes, no debería descartar la posibilida­d de acabar reduciéndo­la.

Las últimas encuestas apuntan a una holgada victoria de la candidata popular Díaz Ayuso, que, sin embargo, quizás debería recurrir ineludible­mente a Vox para asegurar su dominio en la Asamblea de Madrid. No hay nada seguro todavía, claro está, ni lo habrá hasta última hora del próximo día 4, cuando conozcamos el resultado del recuento electoral. Pero sí sabemos ya que a lo largo de esta campaña se han cruzado unas líneas que no deberían haberse cruzado. Y que es menester que la actitud de unos y otros contribuya en adelante a desandar el camino equivocado. Hace unos años asomaron en la escena española unos partidos que se postulaban como adalides de la nueva política. Es descorazon­ador que el Ministerio del Interior haya creído necesario poner ahora escolta a varios candidatos en las elecciones del 4-M, porque a aquella supuesta nueva política la han sucedido conductas en las que resuenan ecos de la vieja y deleznable política que nos llevó a la Guerra Civil. ●

A la supuesta nueva política la han sucedido otras en las que resuenan ecos de la Guerra Civil

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