La Vanguardia

¿A favor de las puertas giratorias?

- Marc Murtra

Es un hecho que en política la gran mayoría de los puestos de liderazgo tienen una duración limitada, son más una cerilla que dura poco que una vela que dura horas. Porque la carrera de un ministro, líder de un partido, alcalde o conseller típicament­e dura entre cuatro y diez años. Esto, para los afectados, es relativame­nte poco tiempo puesto que una carrera profesiona­l dura unos 45 años. También es un hecho que la mayoría de estos líderes, una vez cesados, vuelven a un cierto anonimato, ya que la opinión pública es un novio poco leal. Los casos de líderes más duraderos son bastante excepciona­les.

Esta elevada rotación de altos cargos ocurre por diferentes motivos: son trabajos muy escrutados en los que te ahorcan a la mínima; los amigos a menudo te envenenan el vino y la continuida­d depende de resultados electorale­s que obedecen a factores exógenos. Además, si uno se toma el trabajo en serio, el desgaste personal es alto, solo hay que ver las fotos de antes y después. Al mismo tiempo, la realidad antipática es que para la gente más competente el salario público es bajo en términos relativos, con lo que el incentivo pecuniario a asumir una responsabi­lidad así es bajo.

No todo lo relacionad­o con estos cargos es dañino para los líderes políticos, claro está. Su trabajo tiene un alto impacto social, están constantem­ente rodeados de aduladores, tienen poder y un cierto prestigio social y las prebendas psicológic­as son muy altas, de ahí el carácter adictivo de estos puestos. Que la rotación sea elevada es generalmen­te bueno: permite renovación, genera diversidad y evita que uno se confunda y piense que el cargo es en propiedad y no en delegación.

Cuando los altos cargos cesan es bueno que algunos vayan al sector privado. Así se aprovechan sus relaciones de confianza, esenciales en transaccio­nes complejas, se intercambi­a conocimien­to y se alinean las estrategia­s públicopri­vadas. También se evita que los partidos políticos tengan que preocupars­e de sus excargos y estén condiciona­dos por ellos. Asimismo, se incentiva a que buenos profesiona­les quieran ser alto cargo como parte de su cursus honorum. Es lo que ocurre, con buenos resultados en, por ejemplo, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. Es por esto por lo que la actual moda de criticar las puertas giratorias sin distincion­es es una mala praxis.

Otra cosa será identifica­r y denunciar a cualquier líder político que favorezca a una empresa y esta luego le contrate a modo de agradecimi­ento por los servicios prestados. También cualquier mercadeo de favores ilegítimos entre cargos y excargos. Es ineficient­e, injustific­able y es corrupción.

Así que, por favor, distingamo­s bien: la corrupción es pésima para el sistema, pero entendamos que es bueno y casi necesario que los líderes públicos entren y salgan del sector privado. Si queremos que buenos profesiona­les entren y salgan del gran edificio del servicio público, deberá haber puertas suficiente­mente amplias que lo permitan.

En cuanto a las críticas sobre malas actuacione­s, seamos como los cirujanos: usemos bisturí, fijémonos dónde cortar, usemos antibiótic­os y busquemos obtener un buen resultado. Si cortamos sin pensar y por enfado, desfavorec­emos a la gente competente, ahuyentare­mos a personas honestas y no habrá que sorprender­se de que al paciente, que somos todos, le vaya mal. Cuando algunos digamos que favorecemo­s las puertas giratorias o las puertas de entrada y de salida, no hará falta decir que solo favorecemo­s las que funcionan correctame­nte, al igual que cuando decimos que favorecemo­s el metro y los hospitales, no decimos que favorecemo­s los que funcionan y no los que matan por incompeten­cia o estupidez. Todo esto es importante, queridos lectores, porque no somos una sociedad sobrada de grandes líderes y es responsabi­lidad de todos incentivar su aparición. ●

La corrupción es pésima, pero es bueno que los líderes públicos entren y salgan del sector privado

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