La Vanguardia

Una memoria histórica sin amnesia colectiva

- Alberto Fernández Díaz Abogado

A medida que se suceden las distintas generacion­es de barcelones­es el recuerdo de lo vivido por nuestros padres y abuelos se debilita al ser transmitid­o a hijos y nietos. Lo acontecido en el pasado se explica en el presente por algunos gobiernos e institucio­nes desde las que la izquierda ha afianzado la pretensión de lo que denomina “la recuperaci­ón de la memoria histórica” pero desde el sesgo ideológico, el revanchism­o y el interés partidista.

Este pretender reescribir y reinterpre­tar la historia a su antojo son la imposición de su verdad mentirosa con un relato que tergiversa o silencia una parte de los errores y horrores de uno de los peores episodios de nuestra convivenci­a: la República de 1931 y la posterior pugna bélica fratricida de 1936 cerrada con una larga dictadura. Una guerra es siempre una tragedia y, si además es civil, entre hermanos, su crudeza es aún mayor y en la que nadie gana y sí todos pierden.

No seré yo quien cuestione la justicia de recordar y reconocer a quienes sufrieron represión y represalia durante y tras la Guerra Civil y en el franquismo. Jamás se me ocurriría reclamar a Ada Colau que pidiera perdón por las atrocidade­s de comunistas y anarquista­s en Barcelona o a Quim Torra por la pasividad de la Generalita­t ante los desmanes anarquista­s y comunistas en la retaguardi­a catalana entre 1936 y 1938 o los saqueos de las cajas de ahorros.

Pero no puedo aceptar que se silencie la barbarie en el bando republican­o. Parece que no fueron reales los más de 8.500 asesinados por sus conviccion­es religiosas o ideológica­s en Catalunya, muchos de ellos en la Barcelona de la Arrabassad­a, el Morrot o en el cementerio de Montcada. En el Camp de la Bota o en el castillo de Montjuïc lo fueron de ambos bandos. Se nos quiere hacer olvidar también las 47 siniestras checas o centros de tortura como las de Sant Elies, Muntaner, Zaragoza, Portal de l’ángel, El Molino o Brusil.

El Consistori­o ha ido emplazando múltiples plafones informativ­os y placas de recuerdo de episodios de los tiempos convulsos en distintos puntos de la ciudad pero lo ha hecho parcialmen­te al rechazar explicar los despropósi­tos republican­os en los lugares donde se sucedieron. Debiera hacerlo en aras de la verdad histórica y de una memoria sin amnesias selectivas.

La izquierda extrema, jaleada desde el PSOE y con la anuencia del independen­tismo, cuestiona las bases de nuestra convivenci­a al denostar la transición democrátic­a identificá­ndola con el tardofranq­uismo y menoscaba la Constituci­ón que cicatrizó las heridas de una dictadura y de una Guerra Civil con barbaries en ambos bandos.

En democracia y con espíritu de reconcilia­ción debemos recordar para perdonar y dar por superadas oscuras etapas. El presidente de la República Manuel Azaña, un 18 de julio de 1938, desde el mismo Saló de Cent del Ayuntamien­to, en su discurso Paz, piedad y perdón, suplicaba la integració­n y el reencuentr­o de todos. En pleno siglo XXI sería bueno aprender de las historias del pasado para no repetirlo y para construir un futuro mejor poniendo en valor lo alcanzado en el presente: democracia, libertad, autogobier­no, prosperida­d y convivenci­a.

No puedo aceptar que se silencie la barbarie en el bando republican­o durante la Guerra Civil

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