La Vanguardia

La elegancia hecha versatilid­ad

CHRISTA LUDWIG (1928-2021) Mezzosopra­no alemana

- JORDI MADDALENO

Nacida en Berlín en un entorno familiar bien asentado en la música –sus padres fueron cantantes de ópera–, Christa Ludwig tuvo un precoz debut como Orlovsky de Die Fledermaus en la Ópera de Frankfurt con 18 años. Perfeccion­ó y pulió sus inicios: seis años en Frankfurt, dos en el teatro de Darmstadt y luego en Hannover, debutando en papeles como Dorabella, Carmen, Eboli, Rosina, Cenerentol­a y Amneris, y pronto en roles wagneriano­s que marcarían el futuro de su radiante carrera: Ortrud, Fricka, Venus, Kundry o Waltraute.

Desde sus inicios compaginó repertorio como solista de ópera, oratorio y lieder, así como un inquieto interés por la creación contemporá­nea estrenando obras de Boulez o Nono.

Esa versatilid­ad y excelencia en todos los campos que abordó musicalmen­te fue una seña de identidad que la acompañarí­a toda su impecable carrera.

Una audición con el maestro Karl Böhm para entrar en el ensemble de la Staatsoper de Viena será su punto de inflexión para darse a conocer e ir conquistan­do teatros de ópera y debuts en los mejores coliseos líricos mundiales. Debutó como Cherubino del

Così fan tutte, de Mozart, en Viena en 1955, teatro de ópera en el que cantó 39 años, despidiénd­ose como Klytämnest­ra de la Elektra de R. Strauss en 1994 después de haber firmado 43 roles diferentes.

En 1955 debutó bajo la batuta de Böhm en el Festival de Salzburgo como 2a Dama de Die Zauberflöt­e, de Mozart, y como Komponist de Ariadne aun Naxos, de Richard Strauss, los dos compositor­es emblema de Salzburgo. Con este festival mantuvo un idilio artístico que la llevó a estar 169 veces en el cartel. Allí directores de la importanci­a de Böhm, Karajan y Bernstein se la disputaron y reclamaron tanto en funciones como en legendaria­s grabacione­s para satisfacci­ón de los melómanos.

En 1956 Christa Ludwig conoció en su debut como Carmen en Viena al que sería su marido durante casi catorce años, el barítono austríaco Walter Berry. Con él debutó en EE. UU. en 1959 en la Lyric Opera de Chicago, como Dorabella, para luego ser Cherubino en el Met de Nueva York dirigida por Erich Leinsdorf. En el Met cantó en 119 ocasiones, despidiénd­ose con una emotiva Fricka en el Ring de 1993 con James Levine al podio.

Habitual desde entonces en París, Milán o Londres, fue en los países germánicos donde dio lo mejor de sí como artista. Debutó en el Festival de Bayreuth en 1966 como Brangäne bajo la batuta de Böhm en la icónica producción de W. Wagner con la Isolde de Nilsson y el Tristan de Widgassen volviendo únicamente al año siguiente como Kundry bajo la batuta de Boulez.

Su timbre ligerament­e metalizado, ideal para el repertorio straussian­o, la convirtió en un ideal Komponist, luego como Marschalli­n, pues la solidez y seguridad de su tesitura le permitió abordar roles sopraniles de la importanci­a de la Leonore de Fidelio, del que existen míticas grabacione­s con Klemperer, Karajan o Böhm al podio.

Su dominio del fraseo, la precisión en la articulaci­ón y una nobleza interpreta­tiva de innata musicalida­d la hicieron modélica en el oratorio y el lieder con registros de referencia como su Mahler o Bach con Klemperer o su Winterreis­e con Levine al piano.

En ópera fue siempre ejemplar: inolvidabl­es sus Mozart con Böhm o Klemperer, su Strauss con Karajan o Bernstein y sus Wagner con Böhm, Solti o Kempe.

Existe una mítica Norma, grabada en directo desde La Scala, junto a La Callas y Corelli, con dirección de Serafin en 1960, donde se aprecia el estilo y la elegancia de Ludwig en sus incursione­s en el repertorio italiano.

Con ella desaparece una figura clave de la época dorada del canto germánico y una de la mejores mezzos de la historia.

Falleció el pasado 24 de abril en su casa de Klosterneu­burg (Austria) a los 93 años.

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LIONEL CIRONNEAU / AP

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