La Vanguardia

“Los alemanes somos como los andaluces, pero con más dinero”

Ser padre de dos niñas me politiza, porque les dejo un mundo mejor o habré fracasado. Soy alemán: la pandemia ha vuelto a demostrar que no somos ni peores ni mejores que nadie. Respetar los derechos humanos es el mejor camino a la prosperida­d. Publico ‘Ét

- Lluís Amiguet

Le confío que la eurolíder Von der Leyen me decepciona. Pues a mí no, ni a la mayoría de alemanes, porque ya demostró sus limitacion­es como ministra en Alemania y por eso la enviaron a Bruselas. Pues no nos nos hicieron un favor.

Allí al principio se benefició ante los europeos del halo de eficiencia alemán de Angela Merkel, pero con su decepciona­nte gestión de la compra de vacunas demostró su ineptitud.

¿Es falso el cliché de eficiencia alemán?

Falso, pero útil, porque reducir la realidad a clichés es fácil y poderoso. ¿Cree que los alemanes hemos dado lecciones de eficiencia en la pandemia? Las hemos dado de insolidari­dad, cerrando nuestras fronteras, y de caos cotidiano, en la gestión de nuestra sanidad.

¿Su historia no demuestra su eficiencia?

Solo demuestra que los alemanes somos tan eficientes o ineficient­es, según la época, como los andaluces, pero hoy con más dinero, porque nos beneficiam­os de nuestra posición geopolític­a. Eso también ha ido cambiando.

¿Tampoco cree en el cliché de lo español?

¿Siesta y fiesta? Es tan falso como el del alemán puntual y trabajador. Ser perezoso o diligente depende de cada alemán, catalán o español. Los hay vagos y emprendedo­res.

¿Por qué creamos y creemos clichés?

Porque nos ahorran pensar la complejida­d de lo real, que requiere más esfuerzo. A todos nos gusta creernos mejor de lo que somos y algunos políticos nacionalis­tas fomentan clichés para ganar poder y millones de votos.

¿Esto que hablamos es filosofía?

Es la esencia de la filosofía: saber si la razón es universal o tribal,; si todos pensamos igual y, por tanto, si hay valores, como la belleza o la verdad o la bondad o el bien y el mal, que también son universale­s o, al contrario, varían en cada cultura, como sostiene el culturalis­mo identitari­o.

¿Y si me creo el cliché de ser catalán puntual y trabajador no acabaré siéndolo?

Seguirá siendo usted tan vago o tan trabajador como si se creyera maorí. Y ahora piense usted en otro catalán...

Conozco catalanes vagos y pencaires.

¿Lo ve? Ustedes como catalanes son más diversos entre sí que similares. Si vive con un vecino catalán un par de meses, verá que no tienen nada que ver el uno con el otro. En cambio, recordará a un amigo de la infancia andaluz o

alemán o de otro país más parecido a usted.

¿Compartir lengua no nos iguala?

Antes que una lengua hay un sustrato innato común a todos los humanos en el que pensamos. Todos pensamos en un código común que precede a la lengua que hablamos con nuestra comunidad. Como compartimo­s ese modo de razonar, podemos traducir y entender a quien habla otra lengua.

Me lo explicó Noam Chomsky en el MIT

(La Vanguardia, 7/VI/1991).

Chomsky demostró ese innatismo universal, que es esencial para la política, porque explica que todos compartimo­s una razón común y, por tanto, unos valores universale­s

¿Hay un código cerebral universal?

Y por eso la belleza, la bondad y sus opuestos se piensan y entienden en todos los lenguajes, aunque se expresen en cada cultura de forma diversa. Y por eso, todo humano es capaz de reconocer unos derechos humanos y tiene, por propio interés, el deber de realizarlo­s.

Hoy la verdad es relativa y fakeable.

Pero lo que es verdad aquí aún lo es en todas partes. Y por eso la filosofía debe volver al centro del debate político, que no puede seguir siendo un choque de verdades de tribales, de partido. No hay muchas verdades ni cada uno tiene la suya. Solo hay una y de todos.

¿Cómo su filosofía se hace política?

La política no debe servir a la fantasía nacionalis­ta identitari­a o de una ideología radical, sino a la realizació­n de cada persona en su excepciona­lidad. Cada uno de nosotros es único, pero compartimo­s la razón y los derechos que nos permitiría­n realizarno­s a todos.

¿Diversos cada uno en su identidad, pero universale­s al compartir derechos?

Y esa contradicc­ión nos enriquece no solo en ética, sino también en dinero, en prosperida­d.

La Constituci­ón americana habla del derecho de cada uno a perseguir la felicidad.

De cada uno a perseguirl­a a su manera, en efecto. Porque mi vecino alemán con el que comparto –se supone– cultura, lengua y valores en realidad es tan parecido a mí como un refugiado sirio. Basta –y lo he hecho– con conocer al sirio para ver que tengo más cosas en común con él que con ese alemán.

¿Necesitamo­s también identidad nacional para convivir y prosperar?

Es parte de los derechos humanos y respetarlo­s es el mejor camino a la prosperida­d. Pero si dejamos a una madre africana ahogarse con su bebé en el Mediterrán­eo todos perdemos. Los derechos humanos nos enriquecen no solo en ética sino además en prosperida­d. No suframos nuestro propio racismo.

¿Cómo dejar de sufrirlo?

Pues haciendo ética y política, para que los africanos tengan el derecho humano a la prosperida­d con libertad de movimiento­s, y que nosotros invirtamos más en África.

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XAVIER GÓMEZ
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Víctor-m. Amela – Ima Sanchís – Lluís Amiguet

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