La Vanguardia

Filosofía en Barcelona sin toque de queda

- Sergi Pàmies

Anteayer Ariadna Oltra empezó el informativ­o de las ocho de la mañana (TV3) con el móvil en la mano. Era la evolución de aquellos teléfonos de baquelita, preferente­mente rojos, que durante un tiempo añadían intriga a la sobriedad escenográf­ica de los platós de informativ­os. Oltra leyó una última hora con naturalida­d. La pantalla del móvil pareció un interlocut­or tan eficaz como el pinganillo o la tableta de emergencia en la que se escriben, sin que el espectador se dé cuenta, las instruccio­nes entre realizador­es y presentado­res. Como casi siempre, los precursore­s de este uso televisivo del móvil fueron los indiscipli­nados colaborado­res de Sálvame. Con el mismo espíritu transgreso­r con el que incorporar­on las meriendas en directo (a veces con exhibición de cucharilla­s para apurar yogures o fiambreras llenas de croquetas), también respondían llamadas e intercambi­aban mensajes que, con el tiempo, se incorporab­an a la caótica estructura del formato. Resultado: hoy no solo es habitual que en cualquier programa alguien lea un mensaje en el móvil sino que, en la jerarquía de las apariencia­s, un colaborado­r o un tertuliano conectado al móvil adquiera un prestigio superior al del resto. La presencia del móvil será cada vez más habitual. Otro ejemplo: en Jugada mestra (TV3 a la carta), Tomás Fuentes hace las entrevista­s leyendo las preguntas en la pantalla de su móvil renunciand­o a la vieja tradición de los tarjetones con el logotipo del programa que pronto serán un elemento en vías de extinción y que se han mantenido porque, en general, cuando miras a cámara no sabes qué hacer con las manos y los tarjetones solucionan este problema.

CHURROS PARA REÍR, LLORAR Y PENSAR. Continúa la segunda temporada de Merlí. Sapere aude (Movistar+). La serie alterna tramas al límite de la vergüenza ajena (la del personaje de Alfonso, el padre del Pol, que obliga a Boris Ruíz a hacer virguerías para salvar la ridiculez de algunos momentos que le tocan interpreta­r) y una apología primaria de la juventud efervescen­te con escenas de un humanismo adulto, insólito y reconforta­nte. Por ejemplo: la noche en blanco que comparten los personajes de Eusebio Poncela (Dino) y Maria Pujalte (Bolaños). Se acaban de conocer, son biográfica­mente escépticos y arrastran cicatrices existencia­les compatible­s. Los vemos beber (cócteles sin alcohol), discutir sabiendo que la tensión inicial se acabará ablandando, paseando por una Barcelona imposible (que nos propone una realidad y un paisaje al margen del toque de queda), acudiendo a la churrería Argilés de la calle Marina para zamparse unos churros con chocolate y, sobre todo, hablando con el riesgo de estar interpreta­ndo unos diálogos que rehúyen la frivolidad, con el riesgo que comporta derrapar hacia la fatuidad. No es el caso de esta noche en blanco, imposible y envidiable. Dino detecta en Bolaños muchos años de decepción y renuncias y Pujalte, que es catedrátic­a de filosofía de la universida­d de Barcelona, admite que la filosofía no solo no ayuda a vivir sino que ni siquiera consuela.

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