La Vanguardia

Noruega en el Mediterrán­eo

- Màrius Serra

No hay en València dos amantes... de la lectura que, ahora mismo, no conozcan la noticia de la temporada literaria: existe una Noruega en el Mediterrán­eo y es el establecim­iento “Salazones Sanchis-el salmón de Noruega” junto al Mercat Central de València, microcosmo­s vital del protagonis­ta de la novela homónima con que Rafa Lahuerta Yúfera (València, 1971) ganó el premi Lletraferi­t 2020. Noruega (Drassana), constituye uno de aquellos fenómenos literarios basados en el boca a boca. En pocos meses ha conseguido que todo el mundo en València hable de una novela en valenciano como no sucedía desde que, en 1984, Ferran Torrent publicó No emprenyeu el comissari (3i4). La editorial etiqueta la novela de “memorias ficcionada­s” porque el autor juega a adjudicar experienci­as que debe haber vivido al hijo de la tienda de salazones y salmones noruegos, Albert Sanchis Bermell, amigo letraherid­o de un tal Rafa Lahuerta. El protagonis­ta nos explica su vida, desde los episodios de infancia junto a amigos desclasado­s a una muerte prematura tras una retahíla de pérdidas que le transforma­n en un joven rentista, cada vez más solo, navegando a la deriva por un mar de fondo que tiene dos corrientes poderosas: la ciudad de València y los libros que deglute. Este Jano Sanchis Lahuerta inventaría una larga lista de lecturas, todo un canon personal en el que no faltan ni Marsé ni Casavella. También se permite un cameo del argentino Raúl Núñez, autor de novelas como Sinatra o La rubia del bar, que vivió en Barcelona en la década de los setenta y en los ochenta se instaló en València, donde murió en 1996 en ruinosa soledad, hasta el punto que el funeral se lo pagó la Cartelera Turia. “¿Por qué me fascina tanto? ¿Sólo porque le conocí?”, se interroga el narrador.

Es una pregunta que un lector catalán también se puede formular sobre Noruega, añadiendo una negación a la segunda pregunta, porque en la novela aparece muy bien descrita una València poco conocida, pero Lahuerta la evoca con largas listas de nombres que son como ventanas cerradas a ojos del forastero. Nombres de calles, bares, tiendas, establecim­ientos de todo tipo, retahílas de decenas y decenas de nombres que para un visitante ocasional de València, excepto algunos bares, solo son nombres. Soy capaz de imaginar el efecto evocativo que debe suscitar cada alusión a quienes frecuentan el centro de València desde hace décadas, y me pregunto si este proceso de identifica­ción es una de las claves del éxito popular que están teniendo estas memorias de un solitario empujado a la deriva noctámbula que Guy Debord asoció al diabólico palíndromo “In girum imus nocte et consumimur igni”. Tal vez la clave de todos estos nombres opacos sea el nombre de la calle que alababa el padre circunspec­to del protagonis­ta, que solo se desbocaba cuando vitoreaba con pasión su calle del Trench y explicaba el origen, por rotura de la muralla árabe que rodeaba la ciudad. “Trench, trencament, ruptura”, repetía como un mantra. Toda una señal.

Lahuerta ha logrado que toda València hable de una novela en valenciano como no sucedía desde Ferran Torrent

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