La Vanguardia

Rosalía y el algoritmo

- Ignacio Orovio

Hace pocos días, Rosalía se dirigió directamen­te a El Algoritmo en tono crítico. Como si fuera la profesora que exige más a sus alumnos. En un tuit, la cantante de Sant Esteve Sesrovires declaraba: “El algoritmo es un aburrimien­to. Para qué quiero que me sugieras solo lo q ya tengo predisposi­ción d ver? Enséñame lo q normalment­e no me suele interesar así aprenderé algo nuevo lol” (“lol” es un acrónimo en inglés que significa laughing –o laugh– out loud, que puede traducirse como reírse en voz alta, o mucho rato, o a carcajadas).

Rosalía se mofa de una fórmula que sabe qué le gusta pero no sabe qué le podría gustar: están entrenados así. Por afinidad estilístic­a, ideológica, geográfica... El Algoritmo no intuye que puede que a Rosalía le gusten las películas del Oeste o The Crown, pero que aquella tarde estuviera hasta la coronilla de John Wayne o de Carlos de Inglaterra, y quizás insistía en Tombstone, Silverado o que comprobara que, en efecto, Camilla Parker-bowles siempre estuvo ahí.

Elegir es, desde luego, el gran reto del espectador contemporá­neo. El Algoritmo puede ayudar, eso es obvio, pero no sabe lo que es el tedio, la necesidad de cambiar, la traición, aunque sea a uno mismo. Netflix, de hecho, acaba de añadir la opción “reproducir algo”, basada en el historial y los gustos del espectador.

Ocurre lo mismo en las plataforma­s musicales, donde los artistas se linkan estilístic­amente y a partir de sus oyentes comunes. Los que escuchan a Rosalía, por cierto, escuchan también a C. Tangana, Mala Rodríguez, Dellafuent­e y Paloma Mami, según la selección (algorítmic­a) de Spotify.

Un estudio de Deezer, una página británica de streaming musical, desvelaba hace un par de años que a partir de los 30 la mayor parte de los melómanos no tiene interés (o tiempo) en descubrir artistas nuevos y se dedica en bucle a aquello que ya le gusta. (Cabría añadir que ese mismo estilo domina a los menores de diez años, hasta la exasperaci­ón) (paterna). Un estudio similar de Spotify realizado en el 2015 situaba esa edad en los 33 años.

El 60% de los encuestado­s por Deezer aseguró tener una rutina musical. Un 25% raramente escucha novedades después de los 24 años. A esta edad, el 75% dijo descubrir cada semana diez nuevas canciones, y el 64%, que cada mes se quedaba con al menos cinco artistas nuevos.

El 47% prometía que desearía seguir descubrien­do músicos y bandas, pero tenía tres problemas para ello: niños pequeños (11%), un trabajo absorbente (16%) y… demasiadas opciones (19%). ¿¿Y El Algoritmo??

Otros análisis publicados en The New York Times y en la revista Memory & Congnition indican que no es sólo por falta de tiempo, sino por las conexiones neuronales que ciertas canciones desatan en nuestros cerebros. Descubiert­os en momentos de intensidad emocional y hormonal, hay temas que se asociarán para siempre a épocas, lugares o personas y rescatarán emociones. Aquellos hits en bucle, además, cuentan con otra ventaja: el oyente de un temazo conocido sabe cuándo va a llegar el momento álgido y libera dopamina. Libera placer. Es la llamada “fase de anticipaci­ón” y no necesita algoritmo.

El algoritmo no sabe lo que es el tedio, la necesidad de cambiar ni la traición

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