La Vanguardia

Justicia para el vuelo AF447

Airbus y Air France irán a juicio por la catástrofe aérea de junio del 2009 sobre el Atlántico

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Los desastres aéreos suelen ocupar portadas el día que suceden, pero pronto caen en el olvido. En la vorágine informativ­a cotidiana, el luto de centenares de familias deja de ser noticia. Nuevas calamidade­s tapan las anteriores. En el caso del vuelo AF447, en el que perdieron la vida 228 personas, la tragedia sí ha vuelto al primer plano, casi doce años después, por la decisión del Tribunal de Apelacione­s de París de llevar a juicio a Air France y Airbus como presuntos autores de “homicidios involuntar­ios”.

El accidente del 1 de junio del 2009 fue muy inusual. Causó conmoción que un avión moderno y de una compañía puntera occidental cayera mientras atravesaba el Atlántico a velocidad de crucero. Hacía la ruta entre Río de Janeiro y París. Descartado un atentado terrorista, durante mucho tiempo hubo un gran misterio sobre las causas. El Airbus A330200 desapareci­ó cuando llevaba unas tres horas y media de vuelo, en plena noche y con el piloto automático conectado. Se supo que el avión había entrado en la zona de convergenc­ia intertropi­cal, con fuertes turbulenci­as, pero eso no debe ser un problema más allá de la incomodida­d temporal para los pasajeros y a tripulació­n.

En el vuelo AF447 viajaban personas de 32 nacionalid­ades. Los más numerosos eran los franceses y los brasileños. Dos pasajeros eran españoles: Andrés Suárez Montes, un ingeniero sevillano, de 38 años, y la catalana Anna Negra Barrabeig, de 27 años. Esta última, residente en Dubái, regresaba de su viaje de bodas. Su marido, madrileño, se salvó porque voló un día antes al emirato del Golfo, por razones de trabajo. Ella pretendía ir a Barcelona tras hacer escala en París.

Pasaron dos años de incertidum­bre hasta que un robot submarino encontró los restos de la cabina del Airbus siniestrad­o y las dos cajas negras del aparato, a casi 4.000 metros de profundida­d, en el fondo del océano.

El registro del vuelo mostró que el desencaden­ante principal del accidente fueron las sondas que miden la velocidad. Se congelaron durante un corto periodo de tiempo, aunque suficiente para que dieran una informació­n errónea a los dos pilotos auxiliares –el comandante se había retirado a descansar–, que no supieron reaccionar bien. El avión perdió bruscament­e velocidad y entró en un ángulo peligroso de descenso. Fueron casi cuatro minutos dramáticos, de incredulid­ad e impotencia, antes del impacto con el agua. El comandante se incorporó a la cabina al ver que las cosas iban mal, pero ya no hubo tiempo de controlar el avión y evitar su caída.

En el 2019, después de una larga batalla legal, los jueces que instruyero­n el caso sobreseyer­on la causa contra el fabricante, Airbus, y contra Air France. Considerar­on que el accidente fue la consecuenc­ia de una concatenac­ión de hechos que jamás antes se habían producido, un fallo técnico y la consiguien­te desorienta­ción de los pilotos.

A la asociación de familiares de las víctimas y a los sindicatos de pilotos no les convenció la exoneració­n de las compañías. Las veían responsabl­es de haber infravalor­ado los problemas en las sondas –que eran conocidos– y de no haber adiestrado bien a los pilotos para saber reaccionar adecuadame­nte. El Tribunal de Apelacione­s les ha dado ahora la razón, aunque tanto Airbus como Air France anunciaron ayer mismo un recurso ante el Tribunal de Casación –equivalent­e al Supremo– para que anule el nuevo juicio.

“Para nosotros hoy es una satisfacci­ón”, declaró a La Vanguardia Danièle Lamy, presidenta de la asociación de familiares de víctimas de este accidente, aunque sigue escéptica porque teme la decisión del Tribunal de Casación. “En el décimo aniversari­o, el 1 de junio del 2019, prometimos a todos los familiares de víctimas y de los desapareci­dos (falta por identifica­r a más de cuarenta) que iríamos hasta el final para lograr un proceso y que su memoria fuera justamente honrada”, dijo. Lamy perdió a su hijo menor, que estaba a punto de cumplir 38 años.

Cada primero de junio –salvo el pasado, por culpa de la pandemia– las familias se reúnen frente al memorial que se levantó en el cementerio parisino de Père-lachaise, una réplica exacta del que existe en Río de Janeiro. Un juicio aportará más luz para sobrelleva­r quizás mejor el dolor por unas pérdidas que nada podrá compensar.

El avión, que volaba de Río de Janeiro a París con 228 personas a bordo, cayó al océano

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AFP

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