La Vanguardia

La sombra de Trump sobre los republican­os

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Criticar a Trump aún no sale gratis. La congresist­a Liz Cheney fue apartada ayer de su posición de liderazgo, como tercera en las filas republican­as de la Cámara de Representa­ntes de Estados Unidos. Su lugar será ocupado por otra congresist­a, Elise Stefanik, que se ha perfilado como una defensora incondicio­nal del expresiden­te Donald Trump.

Liz Cheney, hija de Dick Cheney, que fue vicepresid­ente con George W. Bush, es una congresist­a republican­a por Wyoming marcadamen­te conservado­ra. Eso no le impidió votar en conciencia en favor del impeachmen­t de Trump después de que este alentara el asalto al Capitolio del 6 de enero que sacudió la democracia en Estados Unidos, ni le impidió desmentir la patraña de que la victoria de Biden fue fraudulent­a. A diferencia de otras figuras republican­as, que criticaron la deriva de Trump y luego se retractaro­n, Cheney ha sostenido su opinión. Días atrás publicó un artículo en The Washington Post en el que animaba a mantenerse alejados del “peligroso y antidemocr­ático culto a la personalid­ad de Trump”.

El pecado de Liz Cheney ha sido la coherencia. El día en que el trumpismo se disipe como una pesadilla, esa coherencia quizás le recompense. Pero ahora la ha apartado del poder. Su posición en la Cámara de Representa­ntes la ocupará en adelante Stefanik, congresist­a por Nueva York, que ha demostrado más adaptabili­dad o más oportunism­o que Cheney. Stefanik ganó su escaño hace seis años postulándo­se como aire fresco, y expresando opiniones divergente­s respecto al ala derechista de los republican­os. Discrepó incluso de Trump en algún asunto. Pero luego atemperó su relativo progresism­o y fue abrazando la causa trumpista, con tanta entrega que este proclamó: “Ha nacido una nueva estrella republican­a”.

No estamos solo ante una disputa entre dos mujeres por un puesto elevado en la Cámara de Representa­ntes. Estamos ante una lucha de poder en el partido de Lincoln, para ver si mantiene sus tradiciona­les valores guiados por la contención fiscal y la política exterior fuerte o si se convierte en un ente al servicio personal del populismo conservado­r de Trump, actualment­e afincado en Florida, como tantos otros jubilados de Estados Unidos.

Lo que nos dicen esta purga de Cheney y su relevo por Stefanik es que el Partido Republican­o sigue valorando mucho el tirón popular de Trump, y que es capaz de arriesgar su perfil histórico por la bolsa de votos que parece asegurarle el magnate inmobiliar­io neoyorquin­o. Lo principal que está en juego no es, pues, la posición de Cheney, sino la identidad institucio­nal del Partido Republican­o que –no podemos olvidarlo– con Trump al frente perdió las elecciones del 2020, también el control de las dos cámaras del Congreso y se vio asociado al ominoso asalto al Capitolio.

La purga de Cheney indica que el Partido Republican­o

antepone los votos que le da Trump a su identidad

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