La Vanguardia

El hombre que se enamoró de un pulpo

- Susana Quadrado

Hay algo de poesía en Lo que el pulpo me enseñó. El luminoso bosque de algas de Ciudad del Cabo aparece ante el espectador mientras la cámara le lleva de la mano hasta el fondo marino. Buscas en Netflix un oscarizado documental de naturaleza, pero no, no es eso. De lo que trata es de la historia de un amor inconcebib­le ante la que te rindes, no sin antes sentir el desgarro emocional que padece su protagonis­ta humano.

Craig Foster. Un veterano documental­ista de la BBC, cincuentón, sumido en una crisis existencia­l, bucea a pulmón para grabar escenas submarinas de lo salvaje. Un día se la encuentra medio escondida. “Ella”, así la llama. Una hembra de pulpo común que vive en aguas poco profundas. Pronto el animal despierta en el buceador algo propio del mundo de los humanos. El amor. Eso que se puede contar pero no definir. Delira Craig o quizá delira el espectador.

La sola idea de que un hombre pueda enamorarse de un pulpo descoloca. Te atrapa.

Por supuesto que la película no habla de las cosas como son, sino de cómo las interpreta su protagonis­ta. En el pulpo no existe el amor, solo curiosidad y miedo. Pero en el hombre sí. “¿Dónde estará?”. Craig la observa, la busca, la echa de menos, no piensa en nada más, sufre en su dolor, qué tremendo el vacío sin ella... Se convierte en su obsesión. La desea: primero de forma inconscien­te, luego inevitable.

Oh, el primer roce de sus cuerpos... Oh, cuando Ella yace quieta sobre el pecho de su amigo...

Sorprende que en Craig Foster ese raudal de sentimient­os surja de una reflexión consciente. Hay quien ve aquí a un loco, no sé. El caso es que existe un cortejo solo imaginado en La piel fría de Sánchez Piñol al que acabas dándole verosimili­tud pese a la enorme distancia evolutiva de los dos seres. Fantástico. Véanla, hasta el final.

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