La Vanguardia

Los de 50, vayan pasando

- Núria Escur

Los catalanes hacemos cosas (sí, Mariano) muy raras. Cuando nos estresamos releemos a Pla y cuando nos duele el reparto volvemos a Tolstói. A punto de comulgar con mi primera vacuna metí en el bolso La mañana de un

terratenie­nte (Acantilado), del citado ruso. Es de buen llevar (cabe en riñoneras) y sirve para transmutar cualquier preocupaci­ón en reflexión comunal.

Aquello parecía un ejército coreano de liberación. Cincuenton­es en fila (¿las gafas dónde están?, ¿me hace una foto?, ¿tú por aquí?). Ignoro qué equipo organiza el campus, pero hay que felicitarl­e. Eficacia al entrar (“hoy vacunaremo­s a 6.000”), ingenio al pasearnos en zigzag (detrás, charla sobre una excursión con escarpines y lesión de escalada), orden en desnudarse (“se pueden ir quitando chaquetas y el carnet de Salut en la mano”) y humor del zagal (“sí, mujer, es la Pfizer, como la actriz aquella”) . Cortinita y “à la rue”. Último tramo, todos al rincón de pensar. Quince minutos en la silla, por si te desmayas. Allí, donde servidora creyó que leería a Tolstói, hice lo que todos: enviar watsaps a destajo para dejar constancia de que, de momento, no me había vuelto verde. No salían escamas, no mutaba la piel. “Un gelocatil, y arreando”, fue la respuesta más farruca.

Vino la noche aciaga y llegó el momento de los rusos. La mañana..., recién publicada, es la historia del príncipe Nejliúdov, que decide observar cómo viven los campesinos que trabajan sus tierras para mejorar sus vidas. No sabe dónde se mete. El relato, de trasfondo autobiográ­fico, ahora que los neorrurale­s han vuelto a la ciudad y los de ciudad van locos buscando parcelas perdidas, pura inspiració­n.

Y ya sin toque de queda, sin horizonte diáfano, en la nebulosa de cierta febrícula, los rusos volvieron a rescatarme con su “pan es pan” y esa lucidez que les sale de la tierra que pisan.

El príncipe Nejliúdov tenía 19 años cuando fue un verano a la aldea. “Querida tía: he tomado una decisión de las que segurament­e dependerá el destino de mi vida. Abandono la universida­d para consagrarm­e a la vida rural. No se burle usted de mí”.

No hay mejor entrada, inoculada, aplastante.

Aquello parecía un ejército coreano de liberación, cincuenton­es en fila

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