Sin rastro de los restos del miliciano cubano amigo de Miguel Hernández
La búsqueda de los restos mortales del poeta cubano Pablo de la Torriente Brau en una fosa del cementerio de Montjuïc no ha dado los resultados esperados. Técnicos de la dirección general de Memòria Democràtica de la Generalitat han descartado la existencia en este lugar de los restos del intelectual y miliciano que luchó en el bando republicano en la Guerra Civil española, que murió en combate en Majadahonda a finales de 1936 y cuyo cadáver embalsamado, según los testimonios de aquella época, fue trasladado a Barcelona. Desde la capital catalana estaba previsto repatriarlo a Cuba en una operación programada por su amigo, el poeta Miguel Hernández, que nunca pudo llevarse a cabo.
La Generalitat, a través de un convenio con el Ayuntamiento y el consulado de Cuba, acordaron la búsqueda de los restos mortales de Pablo de la Torriente y otras once personas en el cementerio barcelonés. Los arqueólogos iniciaron las excavaciones el 28 de abril y profundizaron hasta llegar a la capa geológica sin que haya aparecido ningún rastro humano. El Departament de Justícia ha descartado realizar nuevas excavaciones ante la falta de otros indicios sobre el posible paradero del poeta.
De la Torriente llegó a ser considerado en Cuba un auténtico héroe nacional y su vida y su obra fue uno de los grandes referentes de Fidel Castro. Viajó a España como periodista corresponsal de guerra y compaginó su profesión con la lucha armada como voluntario del bando fiel a la República.
Inicialmente, el escritor cubano, que perdió la vida en la batalla de la Niebla, en diciembre de 1936, fue sepultado en el cementerio madrileño de Chamartín de la Rosa antes de ser trasladado a Barcelona. Según una investigación llevada a cabo por la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, fue enterrado provisionalmente en el nicho número 3.772 de Montjuïc el 13 de junio de 1937. Al terminar la guerra sus restos fueron inhumados de nuevo y llevados a una fosa del mismo camposanto.
Pablo de la Torriente dejó una profunda huella en su breve paso por España, adonde llegó en septiembre de 1936. Tuvo una fuerte conexión intelectual y amistosa con Miguel Hernández. Poco después de su fallecimiento, el poeta de Orihuela lloró su muerte dedicándole la Elegía Segunda, y en 1937, para proteger sus restos del avance de las tropas franquistas, se ocupó del traslado del cadáver al cementerio de Montjuïc.