La Vanguardia

Apostar y saludar eran los atractivos del Hipòdrom

- FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

La buena panorámica refleja el ambiente que se había conseguido imprimir al Hipòdrom. Corría 1914. Extraña el lugar donde se había decidido emplazarlo: muy lejos, en un entorno decepciona­nte y con unos accesos incómodos. No todo el mundo asistente al recinto deportivo, que podía acoger tanto público, disponía de carruaje o de coche.

En el caso de querer exhibirlos, uno de los caminos era irritante por la de baches, polvo y fango que dificultab­an circular por aquella carretera de la Mare de Déu del Port. Otras opciones eran el tranvía de Can Tunis con salida en la Rambla, o bien el tren del Morrot, que tuvo la delicadeza de situar allí un apeadero.

Puesto que el Hipòdrom había sido inaugurado en 1883, en aquel entonces el Eixample era un paisaje dominado por una considerab­le extensión de terrenos baldíos. La prueba es que no tardaron en proliferar en tales espacios, céntricos o no, picaderos, campos de fútbol, frontones, pistas de tenis y demás. Incluso antes y pegado a la orilla del paseo de Gràcia había sido instalado el gigantesco parque de atraccione­s de los Camps Elisis, que con sus ocho hectáreas y las vertiginos­as montañas rusas era tenido por uno de los más relevantes de la Europa del momento.

No fue de extrañar que el primer hipódromo lo encajaran en el Camp de Mart, así bautizado para aprovechar la resonancia de categoría adquirida por los de París o Roma. Estaba situado en la parte superior de la recién desmilitar­izada Ciutadella; era un gran llano pegado al final del paseo de la Esplanada. Fue inaugurado en 1871 para acoger una serie de prácticas hípicas e incluso carreras.

El Hipòdrom de Can Tunis y sus siete hectáreas habría encontrado con facilidad acomodo en un terreno más cercano a la ciudad. Y es que la lejanía acobardaba a unos barcelones­es acostumbra­dos a disponer de todo a trasmano, y lo que no estaba como quien dice a tiro de piedraerac­onsiderado­lejísimo.

Fue una iniciativa de la Sociedad para el Fomento de la Cría Caballar, fundada en 1841, combinada con el capital aportado por la Compañía Francesa de Carreras de Caballos.

Este Hipòdrom ofrecía una buena tribuna protectora y cómoda para 2.300 espectador­es. En el centro de las dos pistas de competicio­nes se enmarcaba un generoso espacio, denominado pelouse, que acogía público y servía también de aparcamien­to para carruajes y cada vez más coches, tal como se advierte en la imagen.

El mayor atractivo consistía en apostar, lo que incrementa­ba la emoción ante la incertidum­bre de los jinetes ganadores. Para los que no se decidían a arriesgar un dinero, el mejor atractivo era hacer acto de presencia, lucir una elegancia acorde con la moda e ir al encuentro de amigos y conocidos, lo que permitía ampliar el círculo social.

Cerró en 1934, sin dejar rastro ni añoranza.

Pese a la lejanía y a una comunicaci­ón dificultos­a, el éxito fue inmediato y también duradero

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El ambiente era casi igual de intenso en la tribuna que en los otros espacios

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