La Vanguardia

Brines recibe el Cervantes en el hogar de su poesía

Los Reyes entregan el galardón en una ceremonia íntima

- ENRIQUE BOLLAND

En Elca, su casa de Oliva, la fuente de su poesía, recibió ayer Francisco Brines su premio Cervantes. Su precario estado de salud le impidió asistir a la ceremonia de Alcalá. Eso que se ahorró, habría pensado Caballero Bonald, el penúltimo de su generación, fallecido esta semana y a quien resultó incómodo el ritual de su propio galardón, según confesó en su día.

En Elca, su casa blanca de Oliva, en un día azul de naranjos en flor, todo resultó más fácil, más íntimo, más adecuado a la personalid­ad de este poeta de la mirada, como él mismo se define, un voyeur que observa el mundo desde las ventanas que miran al mar y la silueta del Montgó, y “reflejan el fuego de poniente”.

Con el delicado afecto que requería la ocasión, tras la entrega de la medalla, Don Felipe y Doña Letizia conversaro­n con el emocionado autor, que regaló al Rey una edición especial de La iluminada rosa negra, antología poética con cuarenta poemas, prologada por Carlos Marzal, y veinte serigrafía­s de Antonio Martínez Mengual, uno de sus libros más preciados. El ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, el presidente de la Generalita­t, Ximo Puig, el director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado y la sobrina del escritor Mariona Brines fueron algunos de los pocos invitados.

El primer Cervantes valenciano es ya la última voz viva de su generación poética, la del 50, una voz que bebió de muchas voces, heredera de Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda, y que orienta el camino de quienes le suceden, poetas como Carlos Marzal, Vicente Gallego, Luisa Castro... y que acaso gracias a este premio alcanzará a otros.

Pues los tres autores citados forman parte del jurado que estos días revisa los 1.300 manuscrito­s que, cuenta Àngels Gregori, presidenta de la Fundación Francisco Brines, concurren a la primera edición del premio internacio­nal que lleva su nombre; una participac­ión que, aseguran, ha alegrado mucho estos nerviosos días al maestro.

Otro jurado, el del Cervantes, sentenció que Brines “es el poeta intimista de la generación del 50 que más ha ahondado en la experienci­a del ser humano individual frente a la memoria, el paso del tiempo y la exaltación vital”. Y mucho más que los 120.000 euros con que está dotado el premio debe haber satisfecho al premiado que nadie, al contrario, haya discrepado de esta conclusión: “Brines es uno de los maestros de la poesía española actual y su magisterio es reconocido por todas las generacion­es que le suceden”.

Premio Nacional de las Letras, Reina Sofía de Poesía Iberoameri­cana, Académico de la Lengua, se ha demorado el Cervantes de Francisco Brines, hasta sus 89 años. Pero con la virtud principal que tienen los premios: que resuene la voz de quienes los reciben, que la joven inquieta que ensaya sus primeras rimas, el muchacho indeciso que trastea en los estantes de la librería, se digan quién será este Brines, por qué le habrán premiado.

Y ante una página nueva pronuncien despacio “en mí quiere quedarse / el día, que se muere / como si yo, al mirarle / lo pudiera salvar. / Y quién hay que me mire / y que pueda salvarme / La luz se ha vuelto negra / y se ha borrado el mar”. Y leyendo a Brines se sientan aludidos, se digan “aquí me reconozco”, como antes hicimos tantos lectores, como antes hicieron tantos poetas.

El poeta obsequió a los Reyes con una edición especial de su antología ‘La iluminada rosa negra’

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CASA REAL / EFE Don Felipe y Doña Leticia junto a Brines durante la ceremonia

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